Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

¿Un daño cardenalicio?

Si nos descuidamos, por cuenta del apetito urbanizador del cardenal Pedro Rubiano…

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 25 de noviembre 2008

Si nos descuidamos, por cuenta del apetito urbanizador del cardenal Pedro Rubiano, se ocasionará considerable daño al Seminario Mayor, declarado como ‘Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional’ por el Ministerio de Cultura en el 2005, y se iniciará el principio del fin de la valiosa reserva forestal ubicada entre las calles 92 y 108 y entre la carrera 7a. y la vía a La Calera, que fue creada mediante el Acuerdo 22 de 1995, del Concejo de Bogotá. Una verdadera carambola cardenalicia en contra de la preservación del patrimonio cultural de la nación, de la conservación de la naturaleza y del desarrollo de una zona de recreación para los bogotanos.

En efecto, Monseñor está promoviendo la construcción de tres bloques para oficinas, con un área total de 29.000 metros cuadrados, que se ubicarían al oriente del bello edificio del Seminario, una magnífica muestra arquitectónica de los años 40 del siglo pasado. En últimas, en el patio de atrás se colocarían tres mastodontes (que no elefantes), tal como lo delatan las simulaciones visuales del proyecto, elaboradas por la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, que muestran, con claridad, no solo el daño que se infligiría al edificio, sino también al predio en donde se ubica, que, de conformidad con la resolución del Ministerio de Cultura, hace parte integral de este bien cultural y, por consiguiente, no da lugar a desarrollos como el propuesto por la Curia.

A su vez, como subrayado, el predio del seminario hace parte de una reserva forestal y zona de uso público, que se continúa al norte del mismo con las Sierras del Chicó, hoy de propiedad privada y en mora de que las adquiera el Distrito, así como con la Escuela de Caballería. Se trata de una zona dominada por una rica vegetación y hábitat de una gran diversidad de aves, en la cual, con arreglo al mencionado Acuerdo Distrital, “sólo se permiten desarrollos complementarios y estrictamente necesarios dentro del marco exclusivo a las actividades que en el momento ejecutan la Escuela de Caballería y el Seminario Conciliar”.

Es decir, tanto la norma del Distrito Capital como la del Ministerio de Cultura no permiten a la Arquidiócesis de Bogotá construir las edificaciones proyectadas. Y su intención es muy afortunada: se busca conservar un edificio histórico de gran valor estético, y dotar a la ciudad de una generosa zona verde, campo en el cual Bogotá registra un enorme déficit. Pero si bien las normas y su espíritu parecen claras, el Cardenal insiste en destinar el predio del Seminario a actividades comerciales, no obstante que, para fortuna de la ciudad, fracasó en su primer intento de convertir su edificio en un hotel, y de paso añadirle un centro comercial. Y lo grave es que si obtiene la autorización para adelantar su nuevo proyecto, se produciría eventualmente una tronera por la cual se abriría paso a la construcción de nuevas edificaciones en el Seminario, y a la urbanización de las Sierras del Chico, y, posteriormente, de la Escuela de Caballería.

Monseñor Rubiano ha argumentado que su ambicioso proyecto urbanístico tiene como fin proveer de una fuente de ingresos al Seminario, que se encuentra en graves dificultades económicas.

Una justificación bien extraña, puesto que se busca beneficiar a una religión particular, la católica, en un Estado no confesional, en perjuicio del derecho colectivo de los ciudadanos a disfrutar de un medio ambiente sano, y del deber que tiene aquel de proteger el patrimonio cultural de la nación.

Pongamos la casa en orden: que la congregación católica sostenga generosamente al Seminario Mayor, como es su deber, y que la Curia, liderada por el Cardenal, y en línea con la avanzada e inspirada prédica del papa Benedicto XVI en pro de la protección de la naturaleza, sirva de guía en la conservación de nuestro medio ambiente y no en su destrucción.