Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

Sálvese quien pueda

Las expectativas acerca del resultado de las negociaciones de cambio climático.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 05 de diciembre 2010

Las expectativas acerca del resultado de las negociaciones de cambio climático, que se están celebrando en Cancún, no podrían ser más bajas. Se considerarían exitosas si se alcanzan unos tímidos acuerdos para proteger los bosques por medio del mecanismo REDD, y se hacen unos compromisos para proveer a los países en desarrollo unos modestos recursos económicos para que comiencen a tomar medidas de adaptación.

Pero lo grave es que ni en estas negociaciones, ni en las que les seguirán a mediano plazo, se alcanzarán los acuerdos necesarios para disminuir la emisión de gases efecto invernadero en la magnitud requerida para que el aumento de la temperatura global no sobrepase 2 grados Celsius, umbral más allá del cual, según la mejor ciencia disponible, la humanidad enfrentaría graves consecuencias. Se trata de un escandaloso fracaso político de las Naciones Unidas si consideramos que han transcurrido más de veinte años desde el inicio de las negociaciones sobre un problema cuya solución ya no da espera.

No obstante esta negativa situación, en los más diversos rincones del mundo se adelantan miles de acciones para combatir el cambio climático. Por ejemplo, los países de la Unión Europea se comprometieron unilateralmente a reducir sus emisiones de GEI en un 20 por ciento hacia el 2020; la Iniciativa Regional de Gases de Efecto Invernadero, compuesta por diez estados de Estados Unidos, fijó como meta reducir las emisiones de CO2 del sector termoeléctrico en un 10 por ciento hacia el año 2018; China se convertirá en el principal productor de energía eólica del mundo en diez años; un creciente número de empresas se abren su paso vendiendo productos y servicios con una menor huella de carbono, y la actividad científica y tecnológica para mitigar el cambio climático florece por doquier.

Infortunadamente, las positivas acciones producto de las fuerzas del mercado y las loables decisiones aisladas de algunos países y regiones no son suficientes. Como lo ha argumentado uno de los mayores pensadores de nuestra época, el sociólogo británico Anthony Giddens, en su libro The Politics of Climate Change, sin una decisiva intervención de los gobiernos, a partir de tratados internacionales de carácter vinculante, no será posible mitigar el cambio climático de conformidad con lo prescrito por la ciencia.

Pero, dadas las formidables dificultades políticas enfrentadas por las negociaciones, los acuerdos globales de mitigación de los gases de efecto invernadero solo surgirán tardíamente. Y, mediante estos compromisos tardíos, ya no será factible impedir que la temperatura se incremente mucho más allá del umbral de peligro (2 grados Celsius).

En efecto, hoy se estima que la temperatura podría alcanzar los 3,5 grados al finalizar el siglo, un escenario que condena al mundo a enfrentar graves impactos, que en muchos casos serán catastróficos, como lo prevén los informes científicos sobre la materia.

No queda alternativa distinta que adaptarse a estos impactos, objetivo para el cual los países desarrollados y los habitantes ricos de la Tierra disponen de los recursos económicos para hacerlo. Quienes pagarán el pato serán los pobres, que serán víctimas de tragedias sin fin, como las que ya comenzamos a presenciar.

Se afirma que esta última situación bien podría evitarse mediante la solidaridad de los países más ricos con los países en desarrollo y de los grandes magnates con los que carecen de todo. Pero en la historia de la humanidad no se registra un solo movimiento de solidaridad global de la magnitud que se requeriría para adelantar con contundencia las medidas necesarias de mitigación y de adaptación en todos los rincones del mundo. Y, mientras no se demuestre lo contrario, el lema de lo que nos depara el futuro -marcado, profunda e ineluctablemente, por el cambio ambiental global de origen humano- parecería ser: ¡Sálvese quien pueda!