La reserva Van der Hammen, en trizas
Quienes sí están de fiesta son el alcalde y partidarios por la probable aprobación de su proyecto.
Por: Manuel Rodríguez Becerra
/ 21 de octubre 2018
El alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, afirma que la nueva reserva Van der Hammen, la que él improvisó de afán en los dos últimos años, sería un claro triunfo del ambientalismo. Y es que, según lo vocifera, esta tendría una indiscutible superioridad ecológica, recreacional y urbanística frente a aquella que concibió el profesor Thomas van der Hammen hace veinte años.
Para los ambientalistas no sería un triunfo, sería una derrota. Quienes hoy sí están de fiesta son el alcalde y sus partidarios por la muy probable aprobación de su proyecto, pues, para alcanzarla, cuentan con el poder que se materializa, entre otras razones, por una bien aceitada aplanadora de propaganda que arrasa con la participación ciudadana, la transparencia y la verdad. Los ambientalistas, así como los hombres de ciencia y los diversos ciudadanos que han contribuido a la creación de la actual reserva, estamos de duelo, puesto que el alcalde, con su proyecto, la volvería pedazos, la volvería trizas. Y, en adición, con sus reiteradas e inexactas afirmaciones agravia a aquellos hombres de ciencia que le han presentado estudios y enviado comunicados que no lee, o que prefiere ignorar, como son, por ejemplo, los de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en que se explican el qué, el porqué y el para qué de la reserva.
El alcalde ofende también la inteligencia al negar públicamente la existencia de docenas de estudios científicos que muestran su significado y su potencial futuro, los primeros de los cuales se hicieron hace más de cuarenta años. De ñapa, pisotea los documentados argumentos expuestos, en audiencia convocada por la CAR el pasado 9 de octubre, por más de treinta partidarios de la reserva cuyas presentaciones contrastaron por su calidad con las escasas presentaciones (apenas el 30 por ciento del total) de quienes apoyan el proyecto de la “nueva reserva” de Peñalosa. Y este ha preferido utilizar su poder en forma burda y, hay que reconocerlo, efectiva para sugerir al ciudadano del común que los argumentos del profesor Van der Hammen son los de un pobre aprendiz frente a los del grupo de técnicos que, desde la jugosa nómina del Distrito Capital, sustentan su propuesta, hoy aplaudida por algunos urbanizadores y sus asociados.
Es necesario recordar, así no lo quiera escuchar Peñalosa, que Thomas van der Hammen, de nacionalidad holandesa, fue una de las glorias de las ciencias de la tierra en Colombia. Contribuyó como pocos al conocimiento de su naturaleza, como lo atestiguan siete impresionantes y extensos tomos, producto de la investigación Ecoandes, que concibió y dirigió, así como sus hallazgos en la Amazonia, incluyendo los de la serranía de Chiribiquete.
Entre sus muchos aportes se menciona el concepto de estructura ecológica principal, en el que enmarcó la actual reserva, una aproximación que desarrolló con otros científicos de los Países Bajos y adaptó a nuestro territorio con miras a proteger su enorme riqueza en biodiversidad y agua. Y el profundo conocimiento de Van der Hammen sobre la sabana de Bogotá le permitió señalar en forma precisa la localización de un área de 1.400 hectáreas que debe protegerse y, así, conformar el gran parque urbano que la ciudad no tiene.
Durante veinte años, diversas investigaciones han ratificado el potencial único para la restauración ecológica de la reserva, cuya declaración fue ordenada por el Minambiente en 2001, una empresa, que como Van der Hammen nos decía, tomaría muchos años. Es lo que Enrique Peñalosa ha llamado hasta la saciedad unos inútiles potreros; esa es la “ciencia de la alcaldada”, aquella que una magistrada entusiasta, y que se autoproclama como la mamá de la sabana de Bogotá, un cargo no previsto en el Poder Judicial, resolvió adoptar y endosar, dando de paso un golpe de gracia a la institucionalidad ambiental y al ordenamiento territorial del país.