La paz en la Ciénaga de Santa Marta
Aún hay tiempo para evitar este ecocidio, con el cual la paz en la Ciénaga Grande sería una quimera.
Por: Manuel Rodríguez Becerra
/ 07 de agosto 2016
La situación socioambiental de la Ciénaga Grande sintetiza los impactos de la guerra y el indecible sufrimiento de sus víctimas, la desidia y la corrupción, así como también la falta de comprensión y el desprecio de muchos dirigentes nacionales y regionales frente a la magnitud de la tragedia en esta ecorregión y al valor del medioambiente para el presente y el futuro del país.
Y en la Ciénaga también se sintetiza un horizonte de esperanza que se expresa en la creciente conciencia sobre la profunda relación que existe entre la construcción de la paz entre los colombianos y la paz con la naturaleza.
En reciente foro, realizado en Santa Marta, surgieron de nuevo los testimonios que tejen la triste historia de la Ciénaga como parte indispensable para adelantar la radical transformación socioecológica exigida por esta vasta región. El foro fue convocado por la Universidad del Magdalena, con el liderazgo de la profesora Sandra Vilardy, Fescol y el Foro Nacional Ambiental.
Doscientos sesenta y tres mil víctimas es uno de los legados de la guerra en la ecorregión. Representantes de Nueva Venecia, una emblemática población palafítica que hace 16 años fue víctima de una masacre en que los paramilitares asesinaron a 39 pescadores, intervinieron en el foro para recordar cómo hoy son víctimas de otra amenaza: el hambre.
Y es que la pesca en la Ciénaga se ha desplomado a la quinta parte de lo que era hace veinte años, como consecuencia de los altos niveles de salinización ocasionados por el desbalance producido en el intercambio de agua dulce y agua salada, al cerrarse o disminuirse su intercambio con el mar, con el río Magdalena y con los cinco ríos que bajan de la Sierra. Los manglares están muriendo y con ellos, todas las otras formas de vida. Y la situación se ve agravada por la pesca con trasmallo, una red de pequeñísimos ojos que atrapa todo lo que esté en su camino.
Las historias de las violencias, la muerte, el desplazamiento, la inequidad, la pobreza y la agonía de la Ciénaga se repiten, con sus peculiaridades, en sus 14 municipios y en sus poblados palafíticos, como sus representantes lo testimoniaron en el foro. Y todos coinciden en señalar a los gobiernos nacional y regional como el principal factor que ha contribuido al desastre ambiental. Hace más de cuatro décadas se construyó la carretera Santa Marta-Barranquilla, que cortó brutalmente el intercambio de aguas del mar Caribe con la Ciénaga y que, años después, se intentó restaurar con 246 obras de ingeniería de diverso tipo, de las cuales hoy 243 no están funcionando por falta de mantenimiento. Y, lo más grave y condenable, se abandonó el ambicioso proyecto de restauración socioambiental que, con la activa participación de sus habitantes y una alianza de diversas organizaciones de la sociedad civil, se adelantó en la década de los 90 con una inversión que hoy se estima en $ 175.000’000.000.
La ampliación proyectada de aquella carretera a una doble calzada es la gran oportunidad para corregir los errores del pasado mediante construcción de las obras civiles que sean necesarias para restablecer la adecuada comunicación de la Ciénaga con el mar Caribe. Como lo es también la ampliación de la carretera de la Prosperidad en el margen derecho del río Magdalena, para asegurar el adecuado flujo de agua dulce hacia la Ciénaga.
Pero, de nuevo, aparecen los gobiernos nacional y departamental con su falta de visión y mezquindad: en las dos carreteras se estarían reeditando los errores del pasado, lo que implicaría la muerte definitiva de la Ciénaga. Todavía hay tiempo, aunque corto, para evitar este ecocidio, con el cual la paz en la Ciénaga Grande sería una quimera.