Manuel Rodriguez Becerra

La historia ambiental de Colombia en un planeta en crisis ecológica

Por: Manuel Rodríguez Becerra | 02 de agosto 2023

Después de Brasil, Colombia es el segundo país más rico del mundo en diversidad de ecosistemas y de especies de flora y fauna, y el primero en biodiversidad por kilómetro cuadrado. (imagen 2) Además, es el sexto país con mayores reservas de agua dulce y tiene el privilegio de contar con jurisdicción en los océanos Atlántico y Pacífico sobre una extensión casi equivalente a la del área continental. Trágicamente, esta formidable riqueza nacional se ha deteriorado y, en algunos casos, destruido de forma irreversible.

Por consiguiente, la historia ambiental que entregará Credencial Historia en su nueva serie es, en mucho, la de la destrucción y el deterioro de la naturaleza en Colombia. No parecería políticamente correcto hacer esta afirmación en las primeras líneas de esta presentación frente al noble y constructivo esfuerzo que se propone adelantar la revista. Pero creo que, en últimas, la creación de la conciencia ambiental requerida para buscar salidas a esta situación solamente es posible mediante una adecuada comprensión de los orígenes de lo que ha sido, en balance, una negativa relación entre la sociedad colombiana y sus prodigiosas riquezas naturales y paisajísticas. Así, esta publicación divulgará una historia de alta complejidad que se refleja en los contenidos de sus doce números que incluirán, desde investigaciones sobre las transformaciones del clima, los ecosistemas, la biodiversidad y el agua en Colombia, hasta historias ambientales de las ciudades, el ambientalismo y el ecologismo, pasando por temas como la minería, la energía, la agricultura y la pesca.

La situación ambiental de Colombia

La tragedia ambiental de Colombia es similar a la de los otros países de América Latina y el Caribe cuyas historias se entrelazan tal y como ocurre en el caso de la Amazonía, la mayor selva tropical y la zona más rica en biodiversidad y aguas del mundo. La acelerada deforestación de esta región, producida en los últimos setenta años, ha sido consecuencia de las acciones del conjunto de Estados que tienen jurisdicción sobre ella. Lo lamentable es que hoy este fenómeno continúa su marcha sin pausa y sin que haya un hecho mayor que lo justifique. Precisamente, entre 2017 y 2022, en Colombia se deforestaron 700 000 hectáreas de selva amazónica para dedicar estos suelos a la especulación de tierras y a una ganadería extensiva que el país de ninguna manera requiere. (imagen 3) Es así como la mayor riqueza ambiental de cada uno de los nueve Estados amazónicos, incluyendo la Guyana Francesa, se está destruyendo. Esta situación, además, está poniendo en grave riesgo la estabilidad del ciclo del agua (que incluye el régimen de lluvias) no solamente en las Américas, sino también en lejanas regiones del mundo como la meseta del Tíbet en donde nacen diez ríos que irrigan una vasta región habitada por más de 1 500 millones de personas. Pero la deforestación en otros rincones del planeta ha tenido ya consecuencias globales. La pandemia del COVID-19 fue causada por el declive de la biodiversidad en China, producto de la deforestación, unida a otros factores como la globalización y la adopción de tradiciones alimenticias rurales a partir de la vida silvestre trasplantada a la ciudad.

La reciente pandemia y la historia de la deforestación de la selva amazónica, así como sus impactos a nivel global y regional, nos recuerdan que el planeta es un sistema complejo en el que todo está vinculado, como lo señalara hace aproximadamente doscientos años Alexander von Humboldt (1769-1859), uno de los precursores más destacados de la ecología. Estas intrincadas relaciones de la naturaleza se expresan, también, en el fenómeno mundial del cambio climático. (imagen 4)

Colombia y el cambio climático

En nuestro país, así como en el resto del mundo, se viven hoy los efectos del cambio climático. Estos se evidencian en eventos extremos como lluvias torrenciales, períodos intensos de sequía o abundancia de aguas y huracanes más fuertes, entre otros. Recuérdense, por ejemplo, las inundaciones del Magdalena entre los años 2010 y 2011 que, de acuerdo con estudios científicos, fueron causadas por fuertes lluvias derivadas de los cambios del clima. Así, la suerte de muchas de las poblaciones que habitan en las riberas de este río ha estado marcada en las últimas décadas por este fenómeno y lo estará por muchos años más y quizá por siglos. (imagen 5)

Colombia tiene una baja responsabilidad en la generación del cambio climático causado por los seres humanos. A lo largo de la historia, diez países han producido más del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero, siendo, en su orden, Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea los principales responsables históricos. La primera causa mundial de esta problemática es la quema de combustibles fósiles (65% de las emisiones) y la segunda es la deforestación y usos del suelo que incluyen cultivos agrícolas y ganadería (26% de las emisiones).  Actualmente, nuestro país es responsable del 0.58% de las emisiones de gases de efecto invernadero y su baja influencia como causante del cambio climático la comparte con casi la totalidad de países en desarrollo del mundo. A pesar de esto, en los últimos años, los impactos de este fenómeno han marcado el devenir ambiental tanto de los países desarrollados como de aquellos en vías de serlo, incluyendo a Colombia, y sellarán su destino en formas que somos incapaces de establecer con certeza pero que, según la ciencia, podrían llegar a ser catastróficas e irreversibles.

Otras amenazas ambientales

Al cambio climático, la deforestación y la pérdida de la biodiversidad se adicionan otras amenazas ambientales globales que están poniendo en alto riesgo el bienestar futuro de la humanidad: la contaminación química, la desestabilización del ciclo del agua y de los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y del fósforo; el adelgazamiento de la capa de ozono; la acidificación del mar y el agotamiento de los suelos.

Así pues, cambio climático, pérdida de la integridad de la biósfera y contaminación química son la tríada de mayor jerarquía de la crisis ambiental. Del primer fenómeno Colombia es básicamente una víctima, mientras que en el segundo nos cabe una gran responsabilidad como autores del deterioro y la destrucción de la flora, la fauna y los ecosistemas de un país megadiverso. En materia de contaminación química, nuestra culpa global ha sido menor, pero a nivel local es significativa en relación con el envenenamiento de nuestras aguas y suelos que se ha producido, en las últimas siete décadas, particularmente con agroquímicos y otros elementos y compuestos provenientes de los sectores minero, petrolero e industrial. (imagen 6)

Que la contribución de Colombia a la contaminación química global ha sido menor lo ilustra el caso de los plásticos. La producción mundial de estos materiales se disparó de 2 millones de toneladas métricas en 1950, a más de 360 millones de toneladas métricas en 2021. Esto ha tenido fuertes impactos en la naturaleza, principalmente en los océanos estimándose que existen 24,4 billones de piezas plásticas (82 000 – 578 000 toneladas) en el medio marino. Además de esto, la totalidad de los seres humanos tendríamos microplásticos en nuestro organismo sin que se conozcan aún los efectos de esta situación. ¿Cuál es la participación de Colombia en esta problemática mundial? El hecho de que la producción nacional de materiales plásticos alcanzara 1,4 millones de toneladas anuales en 2021— en comparación con los 360 millones de toneladas métricas a nivel global— es un buen indicador de nuestra poca incidencia. No obstante, los plásticos que se producen en el país se encuentran contaminando el ambiente en más de un 70%. (imagen 7)

Crisis ecológica e historia ambiental

Al referirse a la crisis ambiental mundial—siendo el cambio climático, el declive de la biodiversidad y la contaminación química los problemas de mayor jerarquía—es ineludible señalar que estos tres fenómenos están históricamente vinculados con el progreso de la humanidad. La Revolución Industrial, que inició en la segunda mitad del siglo XVIII, trajo consigo un proceso de transformación tecnológica basado en combustibles fósiles que se fortaleció con nuevas invenciones. Esto se asocia, entre otras consecuencias, a un crecimiento económico sin precedentes que se aceleró de forma notable después de la Segunda Guerra Mundial.  En su libro El gran escape, Angus Deaton—Premio Nobel de Economía en 2015—evidenció que este cambio detonó simultáneamente la superación masiva de la pobreza extrema y la creación de riqueza, para concluir que: “mi historia del gran escape es positiva, de millones salvados de la muerte y de la miseria, y de un mundo que, a pesar de sus desigualdades y de los millones que aún quedan atrás en la miseria, es un lugar mejor que en cualquier otro momento de la historia” 1. En últimas, el progreso ha sido la causa fundamental de la crisis ambiental, pero a este se suman el consumismo y formas insostenibles e injustificadas de relación con el territorio como lo evidencia el caso de la selva amazónica, que nos ha servido para ilustrarlo. El gran escape al que se refiere Deaton se produjo con más profundidad en los países que hoy denominamos como desarrollados y se ha dado en casi la totalidad de países en desarrollo en diferentes periodos de la historia. Esto se evidencia en China que hace cuarenta años era un país pobre y hoy se sugiere que llegaría a ser la primera potencia mundial. Por consiguiente, desde los años cincuenta del siglo XX a hoy, en Colombia la disminución de la miseria y de la pobreza ha sido sustantiva sin con ello desconocer que este es uno de los países de América Latina con mayor desigualdad y concentración de la riqueza.

Claro está que, en el balance de la historia ambiental colombiana, dominada por hechos negativos —algunos de los cuales están por fuera del control del país como lo tipifica la mitigación del cambio climático o la contaminación de los mares y su sobreexplotación— encontramos muchas experiencias positivas y esperanzadoras. Estas son, por ejemplo, las cientos de acciones de la sociedad civil y de los gobiernos para proteger el medioambiente o las exitosas historias de los parques nacionales y de los resguardos indígenas y las propiedades colectivas de las comunidades afrocolombianas. (imagen 8) Es muy alentador saber que estas tres modalidades de ordenamiento del territorio, que adquirieron especial impulso en los últimos treinta y cinco años y suman hoy el 42% de la extensión de Colombia, se han transformado en forma radical en menos de un 8%. (imagen 9) Las visiones culturales de los pueblos indígenas y afro han sido fundamentales en la protección de los bosques que dominan estos territorios, los cuales, se subraya, son hoy objeto de crecientes amenazas.  (imagen 10).

La historia nos enseña que en Colombia es prioritario detener la deforestación y, en general, la destrucción de los diversos ecosistemas. Además, se debe frenar la contaminación de aguas, suelos y aire y adelantar programas masivos para la restauración ecológica. Pero debemos entender que la crisis ambiental global, que comenzó a identificarse tan solo hace cinco décadas, venía gestándose desde hace más de dos siglos con sus consecuentes efectos. Este es un dramático hecho como se revela en la concepción según la cual la Tierra ingresó al Antropoceno, una nueva época geológica caracterizada, entre otros factores, por una creciente inestabilidad climática, en contraste con el Holoceno— periodo en el que surgió la agricultura hace más de once mil años—que fue bastante estable. La concepción del Antropoceno, como una era en la que el ser humano ha tenido un gran impacto medioambiental con serias implicaciones planetarias, fue formulada a principios de este siglo y ella nos obliga a rescribir gran parte de la historia ambiental de los países.