Manuel Rodriguez Becerra

Entrevista sobre el libro "Presente y futuro del medio ambiente en Colombia"“

Por: Amira Abultaif Kadamani*

Colombia, el segundo país más biodiverso del mundo y el sexto en reservas de agua dulce es, a su vez, uno de los once más vulnerables al cambio climático. Con ocasión de su nuevo libro, el exministro de medioambiente Manuel Rodríguez Becerra explica esta y otras contundentes verdades sobre la nueva era en la que vivimos: el Antropoceno.

Hay un maridaje indisoluble que, con mucha frecuencia, resulta problemático: el del medioambiente con el desarrollo económico y social de la humanidad. La naturaleza demuestra las costuras de esa relación cada vez con más claridad. Para la muestra, los recurrentes eventos climáticos extremos o la pandemia por COVID-19, a la que muchos conciben como hija de la deforestación.

Ese matrimonio es bien reconocido por Manuel Rodríguez Becerra, un ingeniero industrial con maestría en administración de empresas que fungió, exactamente hace 30 años, como el primer ministro de medioambiente del país. En su más reciente libro, Presente y futuro del medio ambiente en Colombia —de más de una treintena que ha escrito o en los que ha participado—, este febril defensor de los ecosistemas de fauna y flora manifiesta por qué el crecimiento económico está a merced de los límites que impone la naturaleza. Además, se adentra en la jerarquía de esta última sobre lo productivo, lo social y lo cultural, así como en los dilemas que esa relación imbricada desata, a la luz de lo que hoy dicen las ciencias.

¿Hasta cuándo aguantará el Planeta el crecimiento económico?

Esa es la gran pregunta. No lo sabemos. La ciencia no tiene aún los instrumentos para saber cuánto crecimiento es posible. Se sabe que ya se transgredieron seis límites planetarios: cambio climático, integridad de la biósfera, ciclo del fósforo y nitrógeno, ciclo y acceso del agua dulce, cambio del uso del suelo y nuevas entidades, como la contaminación con compuestos químicos producto del ingenio humano —caso: los plásticos—. Asimismo, sabemos que aún se está en zona de seguridad en relación con la acidificación del mar, la carga de aerosoles y la capa de ozono. Por eso, los científicos, amparados en el principio de precaución, nos exhortan, con razón, a tomar medidas para evitar llegar a los puntos de inflexión con efectos globales que podrían ser catastróficos y, en todos los casos, colocarnos en zona de seguridad. Pero, simultáneamente, sabemos que erradicar la pobreza y la miseria es un deber ético, y ahí es donde entramos en los complejos dilemas de la humanidad.

¿Se puede decrecer el consumo y a la vez reducir el índice de pobreza?

No hay otra alternativa que combatir el consumismo y, simultáneamente, erradicar la pobreza, hasta lograr un nivel de bienestar colectivo. En 2019, 25 % de la población mundial vivía con menos de USD 3,65 de ingreso per cápita. Ejemplos claros de consumo suntuario, del cual la gente no es muy consciente, son los vehículos SUV —que causan un enorme desperdicio de energía y materiales toda vez que su peso en kilogramos es entre tres y cinco veces mayor frente a los pequeños automóviles— y las múltiples casas de recreo que poseen los más ricos del mundo —otro despilfarro de recursos naturales—. Los efectos de la moda rápida y la obsolescencia programada son bien conocidos. Todo esto y mucho más hay que acabarlo. Con esto no estoy afirmando que con el fin del consumismo se contaría con los recursos para erradicar la pobreza; se necesita también del crecimiento económico.

¿Qué piensa de que la ONU declarara recientemente que se acabó la era del cambio climático y haya empezado la era de la ebullición climática?

La zona segura del cambio climático es de menos de 350 ppm (partes por millón) de CO₂ (e) en la atmósfera, y ahora estamos en 410 ppm, por lo que nos encontramos en una zona de riesgo creciente que ya evidenciamos con eventos climáticos extremos. Sobrepasar 450 ppm (el punto de inflexión) implica un incremento de la temperatura promedio de 1,5 grados centígrados con relación a la era industrial, con lo cual se ingresaría a la zona de alto riesgo.

Ahora, al secretario general de la ONU le corresponde ser duro en sus afirmaciones, incluso hacer exageraciones, pero no tenemos el conocimiento para afirmar que vamos hacia una catástrofe definitiva, como lo ha afirmado Gustavo Petro al decir que la humanidad se podría acabar en 100 años; esto no tiene ningún asidero científico. Tal vez su formación de izquierda extrema lo lleva a ser extremo en todas sus afirmaciones. No sé por qué hay gente que se cree capaz de pronosticar con tanta certeza el futuro. Lo cierto es que el mundo se divide en extremos: los apocalípticos y los “tecnologistas”, estos últimos creyentes de que la tecnología lo resolverá todo, pero eso no lo sabemos, pese a que están surgiendo nuevos desarrollos, incluyendo la geoingeniería, que prometen soluciones muy interesantes que aún están llenas de riesgos. Entre tanto, las posturas apocalípticas se asientan en el miedo y conducen a la inacción.

“El animalismo aquí es taquillero, pero mal encausado, pues no se ocupa de los temas gruesos donde hay crueldad animal”.

¿Cuál sería una postura sensata frente a la autorregulación de la naturaleza, por un lado, y al poder de la ciencia y la tecnología para subsanar los excesos de la actividad humana, por el otro?

Creo que nunca habíamos vivido en tanta incertidumbre. La Tierra busca otros sistemas de autorregulación, y el planeta subsistirá y habrá nuevas especies. El punto es cómo será la vida humana. La prueba ácida es el cambio climático. Es decir, tenemos la posibilidad de disminuir en forma sustantiva las emisiones de gases de efecto invernadero y no lo estamos haciendo, así como también de compensar esta emisión cuando sea inevitable, por ejemplo en la ganadería, que en Colombia representa el 14 % de las  emisiones,―o la fabricación de algunos materiales como el acero, la urea o el plástico.

El país tiene que hacer la tarea de combatir el cambio climático, pero no a cualquier costo, como dice Petro. La urgencia de suspender la exploración y explotación de gas y petróleo como parte de la transición energética es un argumento infantil porque si la demanda mundial no decrece, la oferta colombiana la asumirá otra nación. Por supuesto, hay que hacer la transición energética a nivel local (transitar del uso de combustibles fósiles al uso de las energías renovables) como parte de la descarbonización de la economía, pero paulatinamente y sin que eso sacrifique ningún punto del crecimiento económico del país, conforme los estudios de Fedesarrollo. La más alta prioridad es detener la deforestación y los inadecuados usos del suelo que representan 59 % de las emisiones de gases de efecto invernadero y restaurar masivamente bosques y otros ecosistemas, lo que redunda en la protección del ciclo del agua. La selva amazónica protege la mayor generación de agua dulce superficial del mundo y es la mayor máquina de evaporación. El 50 % de ese vapor se precipita sobre la selva, y el resto vuela por los aires incidiendo en los regímenes de lluvias de distintas partes del planeta: es el fenómeno de los ríos voladores. Al emprender estas acciones contribuiríamos contundentemente no solo a mitigar el cambio climático y proteger la diversidad, sino también a adaptarnos a las nuevas circunstancias, que es nuestra máxima prioridad.

“Hay que combatir el cambio climático, pero no a cualquier costo, como dice Petro”

¿Cuál es la mejor forma de detener la deforestación y transformar la actividad agropecuaria?

Detener la deforestación tiene muchas facetas. Una es hacer cumplir la ley, es decir, meter a la cárcel a sus principales perpetradores, que es un contubernio entre grupos armados ilegales y grandes empresarios. La otra es trabajar con las comunidades en el aprovechamiento de los bosques y la restauración comunitaria, frente a lo cual este Gobierno ha planteado una meta muy ambiciosa que ojalá pueda cumplir: restaurar 758.000 hectáreas.

Ahora, Colombia no debe expandir su frontera agrícola, pero sí aumentar su capacidad productiva, aprovechando, por ejemplo, tierras ganaderas. La misma Federación Nacional de Ganaderos considera que si se hiciera un programa para transformar la ganadería extensiva mediante los sistemas silvopastoriles se podrían liberar entre 12 y 14 millones de hectáreas de suelos aptos para la agricultura.

¿Está de acuerdo con la industria maderera?

Por supuesto. Hay suelos que tienen vocación forestal y en vez de restaurarlos como originalmente eran se pueden hacer plantaciones forestales muy productivas. No hay justificación para que Colombia esté importando madera y sus derivados cuando tiene un enorme potencial para garantizar su suministro y para exportar.

El eslogan “minería no, agua sí”, es una postura férrea de los movimientos sociales ambientalistas. Pero usted plantea que en unos casos existe esa disyuntiva y en otros no. ¿Qué variables son determinantes?

Hay que hacer estudios beneficio-costo a fondo para cada caso, pues en ocasiones la suma de beneficios y costos ambientales y sociales puede ser positiva. Una variable determinante es el riesgo de drenaje ácido que puede ocasionar la explotación de un mineral y la disposición de los desechos. La minería tiene un impacto ecológico fuerte y en Colombia las zonas con potencial minero suelen coincidir con áreas muy pobladas. Aún así, hay que hacer minería donde social y ambientalmente sea posible.

¿Y qué piensa de propuestas legislativas como la de prohibir el uso de organismos vivos modificados (OVM)?

Es inverosímil el proyecto de prohibir organismos vivos modificados en Colombia; es una barbaridad porque, entre otras cosas, en ellos están parte de las claves para resolver problemas de nutrición y adaptar la agricultura al cambio climático. El ejemplo clásico es el llamado arroz dorado que produjeron en Asia para resolver un faltante dietario de vitamina A o la creación de una variedad de arroz creada por ingeniería genética capaz de permanecer bajo el agua durante varias semanas como mecanismo para contrarrestar las inundaciones extremas de los cultivos de arroz en China e India. En el caso de los corales se están adelantando estudios de especies resistentes a una temperatura mayor al promedio, como los del golfo de Omán, para identificar cuál es el gen que les permite aguantar calor y determinar si es posible introducirlo a otras especies coralinas, lo cual sería absolutamente positivo para detener su blanqueamiento masivo. Eso descartando el inmenso mundo de la investigación farmacéutica y médica, gracias a la cual se salvan millones de personas. A veces esas posiciones extremas no consideran adecuadamente los dilemas y qué es lo que se está sacrificando con el no. Obviamente, en Colombia debe cumplir con lo estipulado en el Protocolo de Cartagena para minimizar los riesgos de los OVM, un tratado internacional en cuya construcción y aprobación nuestro país jugó un papel crucial.

“La insistencia del presidente para que se trasfieran masivamente recursos económicos a los países con grandes extensiones de bosques tiene todo el sentido”

En estos 30 años de gestión ambiental formal desde la creación del Ministerio de Ambiente en Colombia, ¿qué se ha hecho mal y qué se ha hecho bien?

Colombia tiene una institucionalidad fuerte en América Latina, mucho mejor que la de muchos países. Entre lo que se ha hecho muy bien destaco los cinco centros de investigación ambiental, que son una maravilla —Ideam, Sinchi, Invemar, IIAP e Instituto Alexander con Humboldt—. Gracias a ellos, el conocimiento que tenemos sobre el medioambiente es sustantivamente mayor que el de hace 30 años. Pero, sus estudios no son suficientemente acogidos en las políticas públicas, y eso sigue siendo un gran desafío.

Otro éxito de nuestro país es su política de parques naturales y de resguardos indígenas y propiedades colectivas de las comunidades negras, que en su conjunto representan 42 % del territorio continental, muchísimo más robusta que la mayoría de países de la región. Una gran falla es que Colombia se ha desarrollado de espaldas a sus mares, lo cual se debe, en buena medida, al centralismo de la gestión ambiental. Los océanos, además de proveer alimento a una parte sustancial de la población mundial, producen más de 50 % del oxígeno, lo que indica que son el mayor pulmón del planeta y el sistema que captura el mayor volumen de carbono. Pero aquí, el mar no está en la agenda.

Tras un metaanálisis de múltiples estudios, en Europa se está solicitando la reaprobación del glifosato. ¿Usted qué piensa?

No lo he visto. Yo autoricé la fumigación con glifosato cuando fui director del Inderena, en 1992, bajo un protocolo muy estricto que determinaba, entre otras cosas, en qué áreas, a qué altura y en qué concentración se debía usar. Soy partidario de que el glifosato se utilice para cultivos de grandes extensiones, donde no haya mayor población y no se pueda erradicar manualmente como consecuencia de los ataques de los grupos armados ilegales. Pero es una tragedia que sigamos atrapados por el narcotráfico, y la paz nunca será posible mientras subsista.

*Periodista y escritora colombo-libanesa. Ha trabajado para Discovery Channel, National Geographic y PBS.