Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

El Sí ambiental

Desde los más diversos ambientalismos, invitamos a votar por un doble Sí: el Sí por la paz entre los colombianos y el Sí por la paz de los colombianos con la naturaleza.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 26 de septiembre 2016

Desde los más diversos ambientalismos, invitamos a votar por un doble Sí: el Sí por la paz entre los colombianos y el Sí por la paz de los colombianos con la naturaleza. Esta iniciativa del #Sí Ambiental la inició un grupo de reconocidos ambientalistas, y a ella se han adherido otros ciudadanos y organizaciones de la sociedad civil. Y entre ellos, lo hemos hecho diversos miembros de La Paz Querida, una alianza que, liderada con lucidez por el general en retiro Henry Medina, incorporó entre sus principios para la acción los atinentes a la protección ambiental y el desarrollo sostenible.
No es la primera vez que los ambientalistas de Colombia se unen en pos de un gran ideal. A principios de los años setenta se congregaron en torno a la construcción del Código de Recursos Naturales y del Medio Ambiente; en los años ochenta lo hicieron en torno a la creación de los consejos verdes en más de 600 municipios; y a principios de los años noventa, en la construcción de la nueva Carta política, que hoy se suele denominar la Constitución Verde, y en la creación del Ministerio de Ambiente y del Sistema Nacional Ambiental.

He mencionado estos tres ejemplos, entre muchos otros, para afirmar cómo las ambiciosas normas, planes y programas para la protección ambiental en cuya concepción y puesta en marcha participaron con creatividad y eficacia los ambientalistas, de alguna manera se fueron desvaneciendo como resultado del furor de la guerra y del predominio de modelos o formas de desarrollo que tienen poco miramiento por lo ambiental.

En el Acuerdo de Paz se recogen muchas de las principales normas ambientales y del desarrollo sostenible que están contenidas en la Constitución y en la ley. Es una positiva reiteración que se hace particularmente en los compromisos sobre desarrollo rural, en cuya implementación se jugará, en mucho, el futuro ambiental de Colombia.

Se reconoce que la naturaleza ha sido una víctima de la guerra, como cientos de ejemplos lo corroboran. Baste con recordar la destrucción y el deterioro de las ecorregiones de La Macarena y de la Ciénaga Grande de Santa Marta, o de los diversos rincones del territorio afectados por los atentados a la infraestructura petrolera. Estas, como otras regiones del país, requieren de un colosal esfuerzo para restaurarlas, a partir del entendimiento de que la naturaleza requiere también de la verdad, la justicia y la reparación.

Al mismo tiempo que se identifican unas tareas por hacer en regiones particulares como las mencionadas, se debería reconocer que aún no se cuenta con un claro entendimiento del impacto ambiental de la guerra para el país en su conjunto. Me explico: Colombia registra un mejor desempeño ambiental que el 67 por ciento de las naciones de América Latina, es decir, un mejor desempeño que países que no están en guerra, de conformidad con el índice de desempeño ambiental Columbia-Yale del 2016. Y ello no obstante que, en balance, las actuales políticas gubernamentales y la acción del sector privado continúan incrementando el deterioro ambiental. Es, entonces, urgente que los ambientalistas escrutemos estos hechos, paradójicos y contradictorios, como condición necesaria para avizorar los posibles escenarios ambientales del posconflicto y actuar en consonancia.

Al reconocer los anteriores imperativos, oportunidades y obstáculos, los ambientalistas, mayoritariamente, estamos comprometidos con hacer del Acuerdo de Paz una realidad. Hoy como ayer, continuamos luchando por unos ideales que están fundados en el respeto por todas las formas de vida, que es, ante todo, una posición ética.

Yo votaré por el Sí e invito a votar por el Sí.