Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

El Nobel de la Paz, bajo ataque

Premio Nobel de la Paz al Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 29 de octubre 2007

El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés) y al ex vicepresidente Al Gore ha sido objeto de no pocos cuestionamientos.

Se ha dicho que se aparta de la voluntad de su creador, Alfred Nobel, puesto que no resulta para nada claro cómo el IPCC, con sus conclusiones y recomendaciones, y Al Gore, con su campaña, pueden contribuir a “la fraternidad de las naciones”, uno de los criterios para conceder el premio de la paz. Y, también, se ha dicho que el premio a Gore equivale a reconocer que detener el calentamiento global es la mayor prioridad de nuestro planeta, cuando su solución podría aplazarse para resolver problemas más apremiantes como erradicar la pobreza o combatir el sida.

Este último argumento es bastante extraño puesto que los científicos han concluido, en forma contundente, que en los próximos años no hay alternativa distinta a tomar las medidas requeridas para estabilizar los gases de efecto invernadero en la atmósfera en un nivel tal que la temperatura no aumente más allá de los 2 grados centígrados a final del siglo, umbral después del cual las consecuencias económicas, sociales y ambientales podrían ser de mucha gravedad o, incluso, catastróficas.

Y para afrontar el problema se requiere de una cooperación sin precedentes en la historia de la humanidad entre los países desarrollados y los países en desarrollo, es decir, de una genuina fraternidad entre las naciones. Que incluye compartir en forma creativa las tecnologías para reducir la emisión de gases de efecto invernadero y transferir recursos económicos, en particular a los países más pobres, para la prevención así como para la adaptación a los impactos que de todas formas se presentarán.

Además de desconocer la urgencia de actuar, los contradictores del otorgamiento del premio no parecen entender las profundas relaciones existentes entre los problemas ambientales y la pobreza y el conflicto.

En efecto, los grupos más pobres de la población son las mayores víctimas del cambio climático, como lo evidencia, por ejemplo, los impactos que han recibido como consecuencia de la mayor intensidad de los huracanes, así como de las inundaciones y de las sequías producidas por los inviernos y veranos extremos que, de acuerdo con el IPCC, son consecuencia del calentamiento global.

Y si las actuales tendencias continúan, el incremento del nivel del mar (que en una predicción conservadora alcanzaría 50 cm a finales del siglo) afectará a millones de personas por las inundaciones de las zonas costeras, y, entre ellas, a campesinos que deberán abandonar para siempre sus parcelas. A su vez, las agudas sequías que azotarán en forma permanente a diversas regiones del planeta, y en particular al África, podrían detonar agudos conflictos por el acceso al agua. En últimas, muchas de las víctimas del calentamiento global se verían eventualmente forzadas a utilizar la violencia como último recurso para asegurar unos medios para sobrevivir, en particular en los países en desarrollo.

El Comité Noruego del Nobel de la Paz tiene, entonces, muy claro que estamos ante la mayor amenaza a la vida en la Tierra creada por el hombre, y ante eventuales conflictos, nacionales y transnacionales, detonados por sus impactos. Así lo evidenció al otorgar el premio del 2004 a la líder ambientalista africana Wangari Maathai, y, tres años después, al concederlo a un admirable panel científico y a un político visionario, quienes están intentando crear una conciencia sobre el imperativo de actuar ya y construir una solidaridad entre todas las naciones como condición necesaria para enfrentar el calentamiento global. Pero, como lo han enfatizado, ello no será posible si los países más ricos, sus principales causantes, no dan el ejemplo y ejercen un lúcido y definitivo liderazgo.