Manuel Rodriguez Becerra

Portafolio Manuel Rodríguez Becerra

El mundo corporativo en la cumbre sobre desarrollo sostenible

Por: Portafolio | 26 de octubre

Para muchas organizaciones no gubernamentales, las grandes corporaciones tuvieron una influencia desproporcionada y negativa en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible, celebrada recientemente en Johannesburgo. Ellas serían los mayores responsables de no haber alcanzado acuerdos en áreas tan críticas como la eliminación de los subsidios a la agricultura en la Unión Europea y los Estados Unidos, o de la no fijación de metas cuantitativas para sustituir parte de los combustibles fósiles por energías renovables. Precisamente, estos dos hechos llevaron a las ONG más radicales (ej. Green Peace, Friends of the Earth) a calificar a Johannesburgo como un fracaso y a colocar a las multinacionales en el banquillo. Esta negativa imagen de la Cumbre fue irresistiblemente comprada por los cazadores profesionales de malas noticias y vendida exitosamente a muchos medios de comunicación. Son juicios que seguramente sirven bien a los fines políticos de muchas ONG pero que no hacen justicia a lo que los Estados Unidos se opusiera en la Cumbre a establecer un programa para sustituir el 10 por ciento de los combustibles fósiles por energías renovables, hacia el año 2015, es asunto que no debió sorprender a nadie.

En efecto, el presidente Bush, poco después de posesionado, anunció que no ratificaría el Protocolo de Kioto, posición que la superpotencia del norte reiteró en Johannesburgo. Sin embargo, otros países, en particular los grandes emisores de gases de efecto invernadero como Canadá, China, Rusia y Australia, anunciaron su ratificación, en buena parte como consecuencia de la presión creada por la realización de la Cumbre. Los Estados Unidos quedaron prácticamente aislados, no obstante las seculares presiones que aparentemente ejercieron sobre aquellos países para que permanecieran de su lado, con lo cual hubiese asegurado el derrumbe del Protocolo.

Tampoco fue sorpresivo que la Unión Europea y los Estados Unidos no se comprometieran con la eliminación de los subsidios a sus agricultores. Estos países consideran, no sin razón, que este asunto pertenece a la órbita de la Organización Mundial de Comercio. No obstante, los países en desarrollo volvieron a poner el tema en la mesa de negociación, porque consideran, también con razón, que es una posición que traerá consecuencias positivas en el mediano plazo, y que una Cumbre como esta, a similitud de muchas otras de su especie, constituye un escenario insustituible para avanzarla.

Pero así como se dieron muchos desencuentros entre los diferentes bloques de países, no fueron pocos los puntos de acuerdo. En la Cumbre se hicieron compromisos concretos y muy significativos para resolver algunos de los problemas más críticos en materia de pobreza y deterioro ambiental. Basta con mencionar algunos de ellos: disminuir a la mitad el número de personas del mundo sin servicios sanitarios básicos y ofrecer acceso al agua potable a la mitad el número de habitantes que hoy no lo tienen, hacia el año 2015; desarrollar un plan especial para la erradicación de la pobreza en el Africa; adelantar un programa decenal para hacer que la producción y el consumo sean ambientalmente más sanos; constituir un número representativo de áreas protegidas marinas; y erradicar la pesca destructiva hacia el año 2015. Es una enumeración que tan sólo constituye una muestra de los aproximadamente treinta acuerdos sustantivos que, dentro de la concepción del desarrollo sostenible, buscan resolver simultáneamente los problemas de pobreza y de deterioro ambiental.

Es evidente que las corporaciones influyeron para bien (ej. en el compromiso de eliminar la producción de químicos más peligrosos en un período de diez años) y para mal (ej. impedir la elaboración de un acuerdo obligatorio para que las multinacionales presenten un balance anual público acerca de sus impactos sociales y ambientales). Sin embargo, su participación en la Cumbre de Johannesburgo fue más transparente que en la celebrada en Río de Janeiro, diez años atrás, en razón del mayor acceso que tuvieron a las negociaciones gubernamentales, una oportunidad que también se le otorgó a las ONG. La gran influencia del mundo corporativo en Johannesburgo sobre los gobiernos no fue distinta a la que ha logrado ejercer en todos aquellos foros en los cuales se decide la política pública a nivel global (ej. la Organización Mundial de Comercio o la Conferencia de las Partes de la Convención de Cambio Climático). Es un fenómeno que, a su vez, refleja la asimétrica capacidad de lobby de las grandes empresas, en comparación con otros sectores de la sociedad, en la toma de decisiones públicas a nivel nacional, tanto en los países desarrollados como en desarrollo, y que constituye una de las mayores fallas de las democracias contemporáneas.

Sin embargo, la participación del sector privado fue muy heterogénea. Al fin y al cabo, los intereses y las visiones de las corporaciones sobre su responsabilidad social y ambiental son con frecuencia de muy diversa naturaleza y presentan muchos matices. No es entonces de extrañar que, al mismo tiempo que buena parte de las poderosas multinacionales petroleras influyeron para hacer abortar los acuerdos en materia de energía, la British Petroleum estuviera firmando con Green Peace un convenio para desarrollar acciones conjuntas en pro del cumplimiento de la Convención de Cambio Climático y el Protocolo de Kioto.

Evidentemente, la BP ya ha avizorado que, en el largo plazo, el corazón de su negocio no va a estar conformado por los combustibles fósiles. La diversidad corporativa explica también el hecho de que, en el marco de la Cumbre, un amplio número de empresas del sector privado acordara alianzas con las ONG, la banca multilateral, y los gobiernos con el fin de adelantar acciones concretas dirigidas a aliviar la pobreza, o a proteger o restaurar ecosistemas estratégicos a nivel nacional o transnacional. Las trescientas alianzas voluntarias registradas en materia de agua potable y saneamiento básico, salud, agricultura, energía, y biodiversidad, son un buen ejemplo de responsabilidad corporativa en un mundo en proceso de globalización

En síntesis, los acuerdos logrados en Johannesburgo por los gobiernos, así como las alianzas programáticas de las organizaciones del sector privado y la sociedad civil, constituyen una masa crítica suficiente para la acción a nivel global, regional, y nacional. Con razón se ha dicho que el balance de Johannesburgo sólo podrá hacerse diez años después, cuando conozcamos en qué medida estos compromisos se pusieron en marcha. Cualquier afirmación que se haga hoy sobre el éxito o fracaso de Johannesburgo es pensar con el deseo. Y afirmar que la Cumbre se quedó corta porque no se establecieron más compromisos concretos es caer en la ingenuidad de pensar que en una reunión de esta naturaleza se pueden resolver de una vez, y para siempre, todos y cada uno de los problemas afrontados por la humanidad. Las Cumbres de Río y Johannesburgo, se deben entender como un proceso de creación de consenso, y como una oportunidad única para tratar los problemas globales desde una visión integrada, en contraste con la forma fragmentada en que se hace en otros foros internacionales. Si las cumbres globales se entienden así se puede comprender más fácilmente porqué ellas son un intricado mundo de luces y sombras.