Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

El canal del Dique

Canal del Dique, historia de un desastre ambiental (El Áncora Editores).

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 29 de diciembre 2013

Canal del Dique, historia de un desastre ambiental (El Áncora Editores), libro escrito por José Vicente Mogollón Vélez, es no solo una obligada lectura para todos aquellos que se interesan por la fascinante historia de la costa Caribe y del gran río Magdalena, sino también para los funcionarios públicos que tienen bajo su responsabilidad las billonarias inversiones en el Dique ($ 1,2 billones) y en el proyecto para restaurar el río Magdalena y mejorar su navegabilidad ($ 2,2 billones).

Mogollón enfatiza que el canal del Dique es una obra construida fundamentalmente en el siglo pasado, entre 1923 y 1984, y no como señala el mito popular según el cual fue construido por los españoles, en el siglo XVII, para, posteriormente, sufrir ampliaciones. En la Colonia se hicieron obras para facilitar el tránsito de carga y pasajeros desde Barranca Nueva en el río Magdalena, hasta la bahía de Barbacoas, al sur de la bahía de Cartagena, a través de los caños por los cuales se desbordaba el río Magdalena, en las épocas lluviosas, en diversas ciénagas interiores y costeras. Pero la magnitud de estas obras, sumada a la de las realizadas en el siglo XIX, para asegurar el tránsito de los vapores, tan solo representaron el 3 % de las adelantadas hasta la fecha, medidas en términos de los metros cúbicos de material dragado. En contraste, las obras del siglo XX representan el 97 %, concentrándose el 27% en las realizadas en 1923-30, el 23 % en las correspondientes a 1951-52, y el 47 % a las de 1981-84.

Y solo fue en 1951, según lo evidencia el autor, que “en un canal encajonado de 114,5 km, las aguas del río Magdalena llegaron a la bahía de Cartagena y con ellas, los finos en suspensión, las tarullas y demás vegetación de agua dulce. El impacto fue inmediato y dramático. En poco tiempo, las aguas azules y transparentes y los bajos corales de la bahía cambiaron por el efecto de las turbias aguas del río. Buena parte del sur de la bahía es barro”. Y de barro también se cubrieron las playas del norte de Barú dentro de la bahía, antes también coralinas.

En síntesis, el canal artificial Calamar-Mamonal, que hoy conforma un brazo del río Magdalena, es una obra antrópica del siglo XX que ha sedimentado y fragmentado importantes caños y grandes ciénagas, que está hoy colmatando dos bahías con enorme importancia ambiental, social y económica (Cartagena y Barbacoas), y que, con sus aguas turbias, ha ocasionado un inmenso daño a los corales de Rosario, cuya destrucción alcanza el 80 %.

En las tres obras del canal realizadas el siglo pasado no se evaluaron cuáles podrían ser sus efectos y riesgos socioambientales. La grave rotura del canal, en el 2012, nos recordó cuál era uno de esos riesgos. Y los científicos, así como campesinos y pescadores que viven en la región, saben bien de la magnitud del empobrecimiento de sus ecosistemas, que incluye el descenso dramático de las poblaciones de flora, fauna y pesca.

Y sus beneficios económicos son muy cuestionables. La carga transportada por el canal en el 2012 ascendió a 1’200.000 toneladas, en un 85 % hidrocarburos, mientras que su mantenimiento tuvo un costo aproximado de $ 12.000 millones.

Y es que cuando se terminó su última ampliación en 1984, las carreteras habían derrotado al río. El canal llegó tarde y hoy amenaza con destruir la mayor riqueza de Cartagena, que es su bahía. Y para que ello no suceda, es necesario, entre otras y como lo recomienda J. V. Mogollón, que se disminuya sustantivamente el caudal de las aguas que, con su enorme carga de sedimentos, se embocan desde Calamar por el Dique hacia las bahías de Cartagena y Barbacoas.