Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

El ave fénix

Nos encontramos en una emergencia ambiental global que crece sin pausa.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 27 de septiembre 2021

Durante los dos últimos años, miles de científicos han lanzado fuertes alarmas sobre los graves riesgos que enfrenta la humanidad respecto al cambio climático y el declive de la biodiversidad. Y lo están haciendo porque estamos en la antesala de las conferencias de las partes de los convenios de cambio climático y biodiversidad, consideradas históricas por la enorme responsabilidad que encarnan. Pero hay que decirlo: la distancia entre los propósitos acordados en estos dos tratados –dirigidos a enfrentar las mayores amenazas que haya tenido la especie humana desde su surgimiento– y lo logrado es abismal, y por eso nos encontramos en una emergencia ambiental global que crece sin pausa.(Lea además: Un éxito que debemos defender)

Las nuevas alarmas de los científicos están contenidas en los últimos informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático y de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes). En esencia, son las mismas advertencias que la comunidad científica ha estado haciendo desde hace treinta años, cuando se firmaron los mencionados tratados. La diferencia es que entonces las consecuencias de estas amenazas generadas por la acción humana aparecían fundamentalmente en las predicciones de la ciencia a partir de sofisticados modelos que señalaban lo que ocurriría si no se atacaban en forma contundente. Puesto que se atacaron en forma más que débil, hoy, las negociaciones para fortalecer estos tratados se están produciendo en un escenario de olas de calor o de lluvias torrenciales sin precedentes, de sequías severas y enormes incendios forestales, y de inundaciones catastróficas, fenómenos que se volverán más comunes a medida que el planeta se caliente. Además, la pandemia de covid-19 evidenció, en forma trágica, las predicciones que la ciencia venía haciendo, desde hace cerca de dos décadas, según las cuales la creciente deforestación y la pérdida de biodiversidad crean condiciones altamente favorables a la detonación de enfermedades zoonóticas en la población humana.

La conferencia de las partes de Cambio Climático en Glasgow, el próximo noviembre, se realizará con un trasfondo nada halagador. Después de seis años de la firma del Acuerdo de París, su implementación está en veremos. Según Carbon Tracker, la casi totalidad de los países, incluyendo los mayores emisores de gases de efecto invernadero, no están adelantando las acciones requeridas para cumplir con las metas a que se comprometieron en 2005, que, como se sabe, son en sumatoria insuficientes para no transgredir el límite del incremento de la temperatura más allá de 1,5 °C. A su vez, se ha avanzado muy poco en las negociaciones dirigidas a subir la ambición de cada país para llenar el gap del Acuerdo de París, y a que los países desarrollados garanticen, en forma concesional, parte de los sustanciales recursos económicos y las tecnologías requeridas por los países en desarrollo para cumplir con sus propias metas, sin los cuales no sería posible alcanzar la meta global.

Sobre las negociaciones en relación con la conferencia de las partes de la Convención de Biodiversidad hay que subrayar que se realizan, también, en medio de señales adversas. Por ejemplo, la destrucción de la selva amazónica, la más biodiversa del mundo, sigue avanzando sin que se vea en los países que la comparten mayores intenciones de cambiar este rumbo más allá del eterno bla-bla-bla.

La visión aquí presentada no solo la he construido a partir del seguimiento académico que he efectuado de los tratados internacionales ambientales durante tres décadas. Personalmente he invertido miles de horas en muchas de sus negociaciones, como negociador, observador e incluso como copresidente de las negociaciones dirigidas a establecer un tratado mundial de bosques que finalmente no se logró. En últimas, han sido acuerdos mundiales que se han autocondenado al fracaso. Pero no hay que olvidar que de sus cenizas resurge el ave fénix.