Ecoeficiencia: un buen negocio ambiental
Por: Manuel Rodríguez Becerra | 31 de agosto 1995
Publicado en: Revista Estrategia económica y financiera. No. 218
Manuel Rodríguez Becerra muestra cómo el éxito empresarial y la protección del medio ambiente se refuerzan. No hay incompatibilidad. Cada día más nuestros productos de exportación, deberán cumplir con exigentes pautas ambientales. La contaminación debe combatirse con incentivos que estimulen la preservación del ambiente y no con policías.
La mayoría de los empresarios colombianos tiene la convicción de que medio ambiente y desarrollo económico son incompatibles. A muchos de ellos se les agua el café con leche cuando en la prensa matutina se chocan con la fotografía de la Ministra del Medio Ambiente, Cecilia López Montaño, en quien ven el símbolo de menores utilidades. Por fortuna, no todos los empresarios del planeta tienen esta catastrófica visión de lo que significa la gestión ambiental (ni del ente que representa Cecilia López). Algunos hombres de negocios están empeñados en convertir a sus empresas en organizaciones ecoeficientes, que significa alcanzar mayores niveles de productividad y calidad, mediante procesos de producción más limpia.
Es decir, están intentando matar dos pájaros con el mismo tiro: lograr un mejor desempeño ambiental y, ponerse al día con la ley, y obtener mejores utilidades. E incluso, existen empresarios visionarios que están empeñados en ayudar a que el enorme sector de la pequeña empresa ingrese en el camino de la ecoeficiencia, el cual está lejos de poder hacerlo por sí sola. A esta tarea se dedica la corporación «Promoción de la Pequeña Empresa Ecoeficiente en Latinoamérica», fundada en 1991 por iniciativa de la Fundación Suiza para el Desarrollo Sostenible en América Latina, una entidad concebida y patrocinada por un grupo de empresarios de ese país.
Los problemas de San Benito
Propel comienza a exhibir los primeros resultados, como en el caso de la industria de la curtiembre que produce altos índices de contaminación y atenta contra la salud humana. Buena parte de esa industria se encuentra enclavada en Cundinamarca y Antioquia. Contribuye en forma significativa a la contaminación hídrica de origen industrial del Río Bogotá que recibe los efluentes de los establecimientos que se concentran en Chocontá y Villapinzón (186), Cogua (5), y San Benito, en Santafé de Bogotá (300). Sin duda, las tenerías de San Benito generan uno de los mayores problemas
ambientales del Distrito Capital, pues los 5.000 habitantes del barrio están expuestos a sus dañinas contaminaciones. Ellas hacen parte de sus vertimentos a la red de alcantarillado mientras que otra parte los descargan directamente al Río Tunjuelito, disponen de los residuos sólidos en forma insegura, y producen una significativa contaminación atmosférica. A las aguas del Tunjuelito van a parar altas concentraciones de pelambre, sulfuro de sodio, amoníaco y cromo, siendo éste último un contaminante de alta toxicidad. Además en algunos establecimientos se obtienen las sales de cromo con procedimientos pocos seguros, que dan lugar a la generación de compuestos potencialmente carcinogénicos.
Ser ecoeficientes o morir
Los problemas son de tal naturaleza que si el Ministerio del Medio Ambiente y sus entidades ejecutoras llegaran con el peso de la ley y su batería de estándares y regulaciones, se vería en la obligación de clausurarlas. Una medida que desde el punto de vista social conllevaría no pocas complicaciones, pero que será necesario aplicarla si en el mediano plazo no se resuelven los mencionados problemas. Evaluaciones expertas de industrias curtiembreras, similares a las nuestras y ubicadas en otros países en desarrollo, han mostrado a la saciedad que los costos sociales y económicos, representados por los daños al ambiente y a la salud, exceden con creces a los representados por su eventual desaparición. Pero el futuro de esta industria se ve no sólo amenazada por cuestiones legales y de conveniencia para la sociedad en general. También está en juego como consecuencia de la apertura. Porque en los países desarrollados se tiende crecientemente a rechazar los cueros, o subproductos, que tengan trazas de algunos de los químicos utilizados en sus procesos de producción, o cuando éstos últimos no se adelanten atendiendo unos requisitos ambientales mínimos.
¿La solución a la mano?
Las grandes curtidurías del país tienen la solución a la mano, pues es posible modernizar los equipos y sustituir parte de los químicos para procesar consistentemente unos productos de más alta calidad, con menores vertimentos. Pero ello no es así para la mayor parte de esta industria en donde dominan los establecimientos artesanales, pequeños y medianos, los cuales se caracterizan por su poca conciencia ambiental, desconocimiento de la ley, equipos ineficientes u obsoletos, limitado acceso a la información tecnológica y a los recursos financieros, baja capacidad de gestión… Por eso se requiere la acción de una institución como Propel, que viene adelantando una exitosa fase piloto con algunos establecimientos de San Benito: en términos gruesos se ha logrado reducir la contaminación generada por las operaciones industriales en un 50%, reducir los costos en un 11% y aumentar los ingresos por ventas en un 12%. Ahora se impone el reto de llevar la tecnología a un amplio número de empresas. Para lo cual se prevén estrategias de diversa índole dirigidas a superar los obstáculos que impiden al pequeño y mediano empresario acercarse a la solución de sus diversos problemas. En primer término, está procurando la canalización de recursos del gobierno, las entidades multilaterales (se gestionan recursos internacionales), las organizaciones sociales y la empresa privada. En segundo término, está promoviendo las soluciones a través de asociaciones de empresarios (en el caso en cuestión lo viene haciendo con los gremios curtiembreros de San Benito), con el fin de asegurar su diseminación y continuidad. Además, Propel adelanta programas en la industria de curtiembres de Bolivia y Ecuador, lo que hace posible intercambiar experiencias y reducir costos.
De lo policivo a lo constructivo
Pero el caso de las tenerías se repite en un amplio sector productivo de Colombia, y en general de América Latina. Nos referimos a la pequeña y mediana empresa, un pilar fundamental de nuestro desarrollo económico y social como generadoras de empleo y de riqueza, y como forma de organización empresarial que sirve para mejorar la distribución del ingreso. Buena parte de ella acusa graves problemas, por sus altos impactos en el medio ambiente y en la salud humana, y por su baja productividad. Estos problemas se han hecho más evidentes ante el creciente reclamo por parte de diferentes grupos de la sociedad civil de su derecho constitucional a disfrutar de un medio ambiente sano. Además, amplios sectores de la pequeña y mediana empresa ven amenazada su supervivencia como consecuencia de la apertura económica no sólo en relación con la calidad de sus productos e insostenibilidad ambiental de sus procesos productivos, sino también en términos de su baja productividad. En la época de los mercados altamente protegidos, era posible producir malo, feo, caro y sucio, dejando como subproductos un gran desperdicio en la utilización de los insumos y graves daños ambientales. El futuro se está jugando en un mercado internacional, que está en posibilidad de suministrar productos con los atributos opuestos, el cual en el mediano plazo sólo aceptará bienes de capital y de consumo y servicios producidos con las tecnologías disponibles que ambientalmente sean aceptables. Si bien nuestros países deben luchar para que lo ambiental no se convierta en una barrera para-arancelaria, debemos entender que los consumidores de los países desarrollados cada vez estarán menos dispuestos a aceptar productos «medio-sucios».
Por ello se requiere desarrollar programas de ecoeficiencia dirigidos a sectores específicos de la pequeña y la mediana industria con el fin de optimizar el uso de los insumos y la energía; sustituir recursos no renovables por renovables, minimizar emisiones y desechos; recuperar y aprovechar los subproductos; disponer correctamente de los desperdicios y reducir el riesgo a la salud y al medio ambiente. Es precisamente la tarea en la cual Propel se encuentra empeñada, no sólo en el caso de las curtiembres, sino también en los de la industria de la construcción y de la floricultura. Es un campo que por su amplitud exige la participación de muchas otras instituciones, públicas y privadas. Por eso Minambiente le debe jalar con prioridad a la ecoeficiencia y demostrar que su razón de ser no es la de actuar como policía, sino que uno de los propósitos básicos de su creación es la de buscar soluciones imaginativas y constructivas a los graves problemas de contaminación del país.