Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

Diana Pombo: ambientalista ejemplar

Entre sus legados dejó amigos, discípulos y un laberinto de jardines en Útica, Cundinamarca.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 20 de noviembre 2016

Diana Pombo, fallecida recientemente, fue una de las pioneras del ambientalismo en Colombia, al que dedicó una vida entera de innovadores aportes a nivel local, nacional e internacional: defendió los derechos de las comunidades indígenas, negras y campesinas; incidió en la formulación de políticas nacionales de agua y biodiversidad, y participó activamente en algunos de los procesos para la construcción de acuerdos ambientales multilaterales.

 

Su más temprana contribución fue el ‘Perfil ambiental de Colombia’ (1988), un hito en la historia de la literatura nacional sobre medioambiente. A partir de un diagnóstico sobre el uso y el manejo de los recursos naturales, se proponen lineamientos para una estrategia nacional de desarrollo sostenible. Es una publicación que, como todas las suyas, va acompañada por imágenes del gran fotógrafo Santiago Harker, su colega y amigo.

Desde entonces, Diana consideraba que la protección de la naturaleza se hace con la gente y para la gente, visión común hoy, pero no hace 30 años, cuando primaba el afán conservacionista. Igualmente, fue pionera en la visión intersectorial al comprender que la dimensión ambiental debe abarcar todas las áreas del desarrollo en lugar de considerarse un sector especializado. “Es urgente que el país entienda que lo ambiental no es un costo, sino una inversión para el desarrollo”, insistía. Fueron aproximaciones a la problemática ambiental que construyó desde su formación como arquitecta y sus estudios ambientales de posgrado en París, Alemania y Brasil.

Diana mantuvo estas dos nociones a lo largo de 35 años de proyectos y trabajos. No es entonces extraño que su vocación fundamental fuera la práctica de la gestión ambiental con las comunidades, como aquellas del Pacífico, Amazonia, Orinoquia, Caribe, Malasia, Indonesia, México y Perú, entre otras. Justamente, el último año trabajaba como subgerente de Artesanías de Colombia, capitalizando las relaciones entre diversidad biológica y diversidad cultural.

Combinó su trabajo de campo con la participación en la concepción y formulación de políticas ambientales claves para el país. Tuve la oportunidad de trabajar con Diana en el Inderena y el Ministerio. Siempre escuché sus consejos. Entre otras, colaboró en la construcción del Sistema Nacional Ambiental; lideró la elaboración de la Primera Estrategia Nacional de Biodiversidad (1993) y un ambicioso programa de cooperación internacional, como siempre, acompañado de una bella publicación divulgativa.

“Como fundadora y directora del Instituto de Gestión Ambiental (Igea), coordinó equipos para la negociación internacional de los temas de acceso a recursos genéticos de los países andinos, el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad y transgénicos, y la protección del conocimiento tradicional de las comunidades locales”. Así recuerda la comunicadora y editora Ángela Sánchez, quien también resalta “su espíritu libre, viajero y políglota que la llevó a dominar el francés, el portugués, el inglés y el finlandés. ‘Multitask’, deportista y nadadora, ejercía también como fotógrafa, arquitecta, escritora y diseñadora con un alto sentido estético, casi siempre relacionado con el arte étnico”.

Recopiló algunas de sus travesías en el libro ‘Trópicos, crónicas de seres y paisajes’ (2013), ilustrado con parte de su extenso e impresionante archivo de espectaculares fotos.

Así como lideró la elaboración de la primera estrategia de biodiversidad hace más de dos décadas, participó recientemente en la propuesta del plan de acción para su protección y uso, 2016-2030, adelantada por el Instituto von Humboldt. En medio de su incesante labor, la sorprendió una enfermedad que la llevó a la muerte.

Pero más allá de tan sobresalientes logros, y lo más importante, Diana se distinguió como una persona buena y entrañable, por su especial sentido del humor y por su ‘sui generis’ creatividad e inteligencia. Entre sus legados dejó numerosos amigos, discípulos y un laberinto de jardines en Útica, Cundinamarca.