Deforestación y pandemias
Detener la deforestación es una prioridad como medio para disminuir el riesgo de nuevas pandemias.
Por: Manuel Rodríguez Becerra
/ 04 de Julio 2021
La pandemia del covid-19 es una evidencia trágica de los patrones de alta insostenibilidad ambiental del mundo que hemos construido y es una expresión de uno de los dos problemas de más alta jerarquía de las crisis ambiental del planeta: la pérdida de integridad de la biósfera, caracterizada por la amenaza de extinción de más de un millón de especies de flora y fauna. Además, según diversos estudios, existe una alta posibilidad del surgimiento de otros coronavirus, virus nuevos, y otras enfermedades contagiosas originadas en animales o laboratorios que podrían generar pandemias tan severas o más graves que la del covid-19.
El covid-19 no fue sorpresivo para la ciencia, que durante cerca de quince años advirtió sobre el riesgo de la ocurrencia de una pandemia del síndrome respiratorio agudo severo (Sars), coronavirus, después del surgimiento del Sars-CoV en 2002. La naturaleza explosiva de esta primera epidemia de Sars y su alta mortalidad condujeron a una acelerada respuesta de epidemiólogos, clínicos, patólogos, inmunólogos, virólogos y ecólogos con miras a entender los diversos aspectos científicos básicos del origen del virus, los procesos de transmisión a los seres humanos y la difusión de la enfermedad, entre otros. Entre 2003 y 2007 se produjeron más de 4.000 publicaciones, lo que generó contundentes advertencias sobre posibles pandemias del Sars-CoV hacia el futuro, que el establecimiento político ignoró.
En la última década, una de las conclusiones alcanzadas por las ciencias ecológicas ha sido que el declive de la biodiversidad producto de la deforestación aumenta la reserva de patógenos que puede dar el salto de los animales a humanos (enfermedad zoonótica en humanos). Kate Jones, investigadora en ecología en University College de Londres, y sus colaboradores encontraron que las poblaciones de especies conocidas por hospedar enfermedades transmisibles a los seres humanos –incluidos 143 mamíferos como murciélagos, roedores y varios primates– aumentan en la medida en que la diversidad de especies de fauna disminuye. Además, las especies que tienden a sobrevivir (ratas y murciélagos, por ejemplo) tienen más probabilidades de albergar patógenos potencialmente peligrosos que pueden dar el salto a los humanos. Pero no solo la deforestación explica la propagación de los patógenos: la expansión implacable de la economía y la adopción en las ciudades –en donde habita el 55 % de la población mundial– de costumbres alimentarias rurales han jugado un papel sustantivo en crear incubadoras de patógenos. Y, a su vez, los sistemas de transporte globalizados y la alta densidad de muchas de las ciudades son factores que aceleran la transmisión, como se ha evidenciado en el caso del covid-19.
Detener la deforestación es una alta prioridad como medio para disminuir el riesgo de nuevas pandemias y, en general, para disminuir la frecuencia de las enfermedades infecciosas humanas nuevas y emergentes, que en un 60 % tienen un origen animal. Además, “aplastaría la propagación de una larga lista de otras enfermedades viciosas que provienen de los hábitats de la selva tropical: zika, nipah, ébola, malaria, cólera y VIH, entre ellas. Un estudio de 2019 encontró que un aumento del 10 por ciento en la deforestación aumentaría los casos de malaria en un 3,3 por ciento; eso sería 7,4 millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, la deforestación sigue siendo desenfrenada” (‘Scientific American’, 1.º de mayo de 2020). Y como he argüido en otras columnas, detener la deforestación y adelantar una restauración masiva de los ecosistemas boscosos son políticas cruciales para combatir el cambio climático, estabilizar el ciclo del agua y detener y reversar la pérdida de integridad de la biósfera. Hacerlo implicaría una inversión cuyo monto sería infinitamente menor que los inmensos costos económicos y sociales de una pandemia como el covid-19 y que los costos de las pandemias que vienen si nos mantenemos en la inacción.