Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

China-EE. UU. y el cambio climático

El anuncio conjunto del presidente Obama y del presidente chino, Xi Jinping, el pasado 12 de noviembre, sobre el establecimiento de metas para reducir las emisiones de carbono.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 17 de noviembre 2014

El anuncio conjunto del presidente Obama y del presidente chino, Xi Jinping, el pasado 12 de noviembre, sobre el establecimiento de metas para reducir las emisiones de carbono después del año 2020 ha sido objeto de no poca controversia.

Para los más optimistas, la posibilidad de no traspasar el umbral de los 2 grados centígrados de temperatura media de la superficie de la Tierra, más allá del cual se considera peligroso para la civilización contemporánea, exige, como prerrequisito, un acuerdo entre las dos grandes superpotencias, como el que se estaría comenzando a forjar.

Como bien lo observó el vicepresidente norteamericano, John Kerry (The New York Times, 12-11-2014), “los Estados Unidos y la China son las dos economías más grandes del mundo, los dos más grandes consumidores de energía y los dos más grandes emisores de gases de efecto invernadero. En su conjunto, nosotros somos responsables del 40 por ciento de las emisiones globales. Necesitamos resolver este problema juntos porque ninguno de los dos lo puede resolver solitariamente. Aun si en los EE. UU. elimináramos todas nuestras emisiones internas de carbono, ello no sería suficiente para contraatacar la contaminación de carbono proveniente de la China y del resto del mundo. De la misma manera, si la China rebajara sus emisiones a cero, no haría una diferencia suficiente si los EE. UU. y el resto del mundo no cambiaran su dirección”.

Los optimistas señalan que es la primera vez que China anuncia un compromiso conjunto con EE. UU. mediante el cual se compromete a producir el 20 por ciento de su energía a partir de fuentes renovables hacia el 2030. Y que en el caso de EE. UU. no se trata de un asunto de retórica, pues el presidente Obama ya ha tomado decisiones (a través del poder normativo de la EPA, la autoridad ambiental estadounidense, y del músculo presupuestal de otras agencias) para poner a ese país en la senda anunciada en Pekín, que consiste en reducir hacia el año 2025 las emisiones netas de gases de efecto invernadero entre 26 y 28 por ciento por debajo de los niveles del 2005.

Pero para los escépticos este último hecho es, justamente, el talón de Aquiles del anuncio. Y es que las decisiones del Poder Ejecutivo han sido la respuesta del presidente Obama a la efectiva resistencia del Congreso de los EE. UU., durante su primer mandato, a la aprobación de las leyes requeridas para alcanzar esas metas. Y, al tratarse de decisiones del Ejecutivo, estas podrían ser bloqueadas por el Senado, que cayó recientemente en manos de los republicanos. Y, como se sabe, entre estos se encuentran varios de los más representativos negacionistas de la existencia del cambio climático como fenómeno de origen humano, como es el caso del senador Jim Inhofe, quizá el más probable presidente del comité ambiental del Senado, o del senador Ted Cruz, candidato a presidir el comité de la reforma del Gobierno. Mientras que Inhofe cree que el cambio climático es una farsa patrocinada por científicos corruptos, Cruz acusa a los partidarios de las normas para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero de yihadambientalistas.

Además, para los escépticos, los anuncios hechos por los dos países estarían lejos de reducir la emisión de gases al nivel requerido, como lo observó Manuel Guzmán Hennessey en su última columna (EL TIEMPO, 14 de noviembre).

En fin, me encuentro entre los escépticos, y más si se llega a un acuerdo en que se establezcan metas voluntarias, ajustables y no jurídicamente vinculantes, tal como lo han propuesto los EE. UU. y otros países. Pero reconozco que los jefes de Estado de EE. UU. y China han creado un hecho político de significación, que bien podría llegar a modificar positivamente el curso de las negociaciones que tendrán lugar en Lima dentro de tres semanas, para concluir en París a finales del año entrante, y que hasta ahora lucían tan lánguidas.