Manuel Rodriguez Becerra

Portafolio Manuel Rodríguez Becerra

Calentamiento global, deterioro ambiental y desastres

Por: Portafolio | 25 de junio

Anualmente, trescientos millones de personas están siendo gravemente afectadas por el calentamiento global en los más diversos confines del planeta, incluyendo a Colombia. Esta cifra, estimada por el Foro Humanitario Global, dirigido por Kofi Annan, subiría a 600 millones de personas para el año 2030. 

El costo económico global de las consecuencias del calentamiento es igualmente preocupante: de 125.000 millones de dólares anuales, en la actualidad, ascendería a 300.000 millones en veinte años.

¿Cómo están relacionados hoy el calentamiento global y los desastres naturales? La ciencia señala que aquel fenómeno trae como consecuencia inviernos y veranos más severos, lluvias más torrenciales, huracanes y tifones más extremos, y aumento del nivel del mar, entre otros.

Si bien la especie humana, desde su surgimiento en la Tierra, ha enfrentado desastres naturales producidos por el complejo funcionamiento del sistema climático, estos han sido incrementados por la acción del hombre mismo, siendo hoy su significado e implicaciones muy diferentes a lo acontecidos en el pasado.

Ya esos desastres no son gobernados solamente por la naturaleza, o por los dioses que los pretenden detener o aplacar, puesto que las amenazas ambientales son hoy portadoras de poderosos detonantes fabricados por la humanidad que las ha hecho más graves, inciertas y sombrías.

En muchas regiones de Colombia, el calentamiento de la Tierra ya está teniendo graves impactos como se evidencia en el mayor rigor e irregularidad de las estaciones lluviosas y secas, que se ha traducido en un incremento de la pérdida de cosechas, del desbordamiento de los ríos, de las inundaciones de extensos campos agrícolas y ganaderos y de amplias zonas urbanas, y de las avalanchas y los deslizamientos que han barrido innumerables asentamientos humanos, así como valiosas infraestructuras.

Lo cierto es que los costos económicos, sociales y ambientales generados por estos fenómenos han sido con frecuencia devastadores y trágicos, como lo atestiguan los cientos de miles de colombianos que han perdido su vivienda y sus medios de vida.

Pero a menudo parece olvidarse que los anteriores impactos producidos por diversos fenómenos de la naturaleza, incluido el cambio climático, se han hecho más graves como consecuencia del mal manejo que hemos dado a nuestro medio ambiente.

Por ejemplo, la pérdida de más del 70 por ciento de los bosques nativos de la región andina y de más del 90 por ciento de los de la región Caribe, ha acelerado la erosión y generado una grave desregulación del ciclo hídrico que se ha traducido en el aumento -mucho más allá de lo que es natural y de lo que produciría solamente el calentamiento global- de los caudales de los ríos en el invierno, con el consecuente aumento de la severidad de las crecientes y las inundaciones. Y que se ha traducido, también, en la disminución de los caudales en el verano, con el consecuente aumento del rigor de las sequías y de la escasez de agua en amplias zonas del país.

Así mismo, el área de los humedales de las planicies del Caribe y de otras regiones del país -lagunas, ciénagas, madreviejas, chucuas-, se ha reducido drásticamente, como consecuencia de las diversas obras ejecutadas para secarlos y darle paso a la ganadería y a la agricultura. Y han perdido, entonces, su capacidad de servir como amortiguadores en las épocas de las crecientes de los ríos, al recibir las aguas en exceso, y alimentar a los mismos con el valioso líquido en las estaciones en que la precipitación se hace escasa. Y este problema, sumado al de la contaminación de las aguas en ríos y humedales, ha afectado gravemente la vida acuática, como se registra en el descenso de la pesca, que constituye un nuevo desastre ambiental fabricado por los colombianos.

Por ejemplo, la pesca del bocachico -que en 1975 representaba el 60 por ciento total de la pesca de la cuenca del Magdalena, con cerca de 40.000 toneladas anuales-, ha registrado una disminución cercana al 90 por ciento.

En forma similar, los más pobres de Colombia con frecuencia no han tenido alternativa distinta a la de asentar sus viviendas en empinadas laderas o en los cauces de los ríos, con lo cual se colocan en posición de más alto riesgo frente a las amenazas ambientales, en comparación con los otros grupos de la población.

Paradójicamente, los estratos económicos altos se han colocado también en esta posición de riesgo al urbanizar predios no aptos, como lo ilustra un conjunto residencial en Medellín, en el barrio El Poblado, que quedó totalmente sepultado por obra del colosal desprendimiento de parte de una montaña. Y en todos estos casos, cuando el desastre ocurre, no solamente sufre la población, sino también se producen nuevos daños ambientales.

En síntesis, la destrucción y degradación de los ecosistemas ha incrementado nuestras condiciones de vulnerabilidad a los desastres naturales, y en la práctica está teniendo como consecuencia que los efectos actuales y futuros del calentamiento global se multipliquen en gravedad y en frecuencia.

Se trata de una nueva razón, ésta de enorme contundencia, para detener los procesos de deterioro ambiental e iniciar la restauración de aquellos ecosistemas que son estratégicos por los diversos servicios que nos prestan, como son la regulación del ciclo hídrico producido por páramos, bosques y humedales, y la contención de la erosión, y la captura de gases de efecto invernadero, producidas por los bosques.

Y es también un fuerte argumento a favor de la reubicación de las miles de viviendas localizadas en zonas de alto riesgo, incluyendo aquellas que se encuentran en las playas y zonas bajas costeras que, en un futuro no muy lejano, se verán azotadas por el aumento del nivel del mar producto del calentamiento global.