Bolsas plásticas, una plaga
Tienen una vida de 1.000 años y se producen entre medio y un billón anual.
Por: Manuel Rodríguez Becerra
/ 16 de enero 2008
Tienen una vida de 1.000 años y se producen entre medio y un billón anual.
La bolsa plástica es símbolo de la comodidad: nos sirve, entre cientos de usos, para acarrear el mercado y una gran variedad de productos, como recipiente de la basura y bolsa de playa, y, también, para recoger las gracias del perro. Infortunadamente, este adminículo disponible y de enorme utilidad es, también, símbolo de la degradación ambiental.
Las bolsas plásticas, con su gran ubicuidad, han invadido todos los rincones de la Tierra. Las vemos en los parques públicos y en las calles; en medio de la campiña, el desierto y la tupida selva; engarzadas en la rama de un árbol o en un cable de luz; flotando en el aire y vagando por los ríos, quebradas, lagos y mares. De acuerdo con la Sociedad Océano Azul para la Conservación del Mar, 46.000 pedazos de basura plástica flotan en cada milla cuadrada de superficie del mar, y cerca de 100.000 mamíferos marinos y un millón de aves mueren anualmente al ingerirlos o quedar atrapados en su trama.
Lo más grave es que las bolsas de plástico, fabricadas fundamentalmente a partir de petróleo y gas, tienen una vida estimada de 1.000 años, antes de romperse en pequeñas partículas tóxicas. Así, la invasión de esta basura presenta una alarmante senda de acumulación hacia el futuro: de acuerdo con la Agencia Ambiental de los Estados Unidos, en la actualidad se producen en el mundo entre 500.000 millones y un billón de bolsas de plástico por año.
Algunos países han intentado la disminución voluntaria de su uso por parte de los consumidores y comerciantes, incluyendo su reemplazo por sustitutos. El fracaso ha sido colosal: así, por ejemplo, en los Estados Unidos, su utilización se multiplicó por cinco entre los años 1980 y el 2005, hasta ascender hoy a 100.000 millones de bolsas plásticas anuales, de las cuales solo se recicla el 1 por ciento; el resto va a parar a los rellenos sanitarios o a contaminar el espacio que nos circunda.
El fracaso del voluntarismo ha motivado a numerosos gobiernos a expedir regulaciones de cumplimiento obligatorio. En el año 2001, Irlanda estableció un impuesto a las bolsas de plástico que disminuyó su consumo en un 90 por ciento. A su vez, Taiwán no permite a los supermercados su suministro gratis, y en el Reino Unido se ha propuesto prohibirlas. Durante el último año, se ha dado un creciente movimiento para limitar su uso en las ciudades de Estados Unidos, como San Francisco, Boston, Baltimore y Nueva York, urbe esta última que impuso a todos los grandes almacenes y cadenas de ventas al detal la obligación de recolectarlas y reciclarlas.
En Colombia, es urgente detener la invasión de basura plástica en todo el territorio nacional, más allá de San Andrés y Providencia, lugar en donde ya se han tomado algunas medidas. Algunos dirán que es un lujo que únicamente pueden darse las naciones ricas, ignorando que muchos países en desarrollo están dando la batalla, como Bangladesh, China, Kenia, Suráfrica y Tailandia. En China se prohibió la manufactura, venta y uso de bolsas plásticas con un espesor menor a 0,00098 pulgadas -o las típicas bolsas de mercado-, así como el suministro gratis de aquellas de mayor espesor. La regulación, expedida el pasado 31 de diciembre, exhorta a los ciudadanos para que “retornen a las bolsas de tela y los canastos para mercar”.
Requerimos una política nacional y local para combatir la plaga generada por las bolsas de plástico para el medio ambiente. Tanto el Ministerio del Ambiente como los nuevos alcaldes de las grandes ciudades y las corporaciones autónomas regionales tienen el gran reto, y la obligación, de establecer regulaciones para disminuir sustantivamente su uso, lo cual, además de resolver un grave problema de contaminación, serviría para educar a los ciudadanos en formas de consumo más sostenibles y en la protección del paisaje.