Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

Bogotá en el siglo XXI

No voté por Petro, pero es elemental reconocer que ha propuesto un modelo socioambiental visionario.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 11 de febrero 2012

No voté por Petro, pero es elemental reconocer que ha propuesto un modelo socioambiental visionario.
Ninguna administración de Bogotá había propuesto un programa ambiental tan ambicioso como el que se propone adelantar el alcalde Gustavo Petro.

Y es que está planteando una ciudad que incorpore la gestión del agua como eje fundamental de su desarrollo, que en su patrón de urbanización -compacto y denso- dé cabida a la vivienda de los más pobres, y que en su política de movilidad privilegie el transporte público masivo de baja contaminación.

En esta ciudad del siglo XXI se daría cabida a la vivienda de interés social y de interés prioritario dentro del perímetro urbano mediante un programa de renovación de diversas zonas de la capital.

Y en ellas habría lugar para la infraestructura requerida para su desarrollo, incluyendo los parques tecnológicos, los espacios para la recreación y los nuevos centros educativos, con lo que se crearía una ciudad más integrada social y económicamente.

Se buscaría así detener su caótico patrón de crecimiento, que está profundizando la segregación social y, literalmente, arrasando con la sabana de Bogotá y sus cerros circundantes y, de paso, destruyendo invaluables bienes ecológicos, como sus fuentes de agua y sus suelos.

Además, esa ciudad compacta conllevaría un consumo de energía sustantivamente menor que el de la ciudad-región dispersa que se viene gestando -entre otras, por los menores desplazamientos de sus habitantes- y, por consiguiente, contribuiría a la mitigación del calentamiento global. Y, no menos importante, generaría al erario unos menores costos de inversión en la extensión de redes de servicios públicos y de vías.

La gestión integrada del agua es una de las propuestas más atractivas y promisorias. Incluye diversas medidas para la protección y restauración de los ecosistemas que regulan el ciclo del agua, como los páramos de Chingaza y Sumapaz, los humedales y algunos de los ríos que transcurren desde los cerros orientales hacia la ciudad.

Mucha expectativa existe también sobre la estrategia que se adoptaría para descontaminar y restaurar el río Bogotá en un tiempo menor que el contemplado por las últimas administraciones, y resolver, de una vez por todas, la afrenta, para Cundinamarca y el país, de haber convertido este afluente del río Magdalena en asquerosa cloaca.

Y esta estrategia implica un verdadero revolcón del Acueducto, que, entre otras, ha anunciado la terminación de la venta del agua en bloque por fuera del Distrito Capital. Es una disposición que contribuiría a proteger la sabana de Bogotá, puesto que esta empresa se convirtió en irresponsable promotora de un caótico ordenamiento territorial, al instalar el servicio del agua a cuanta urbanización o establecimiento comercial así lo solicitase.

Y, frente a este gran replanteamiento de la ciudad, que incluye también una amplia agenda para combatir la contaminación y la disposición de los residuos sólidos, no parece, para nada, irrazonable que se debatan públicamente cuáles son las prioridades que se podrían atender en el amplio corredor previsto para la construcción de la ALO, que algunos consideran un proyecto trasnochado.

No voté por Petro para alcalde, pero considero elemental reconocer que ha propuesto un modelo socioambiental visionario y en línea con las más avanzadas concepciones sobre lo que deben ser las grandes ciudades de hoy, que propugna una ciudad-región que sea, a la vez, socialmente más justa y ambientalmente más sostenible. Y no tengo ninguna razón para suponer que el nuevo alcalde está hablando paja o haciendo populismo.

Si cumple, y lo dejan cumplir, contaríamos con una capital de Colombia muy diferente a la de hoy, para el bien del país y de los bogotanos.