Algo va mal
Colombia se desplomó en el escalafón Yale-Columbia de Desempeño Ambiental (EPI, por su sigla en inglés), al pasar del puesto 9 al 85, entre 176 países, en el período 2008 -2014.
Por: Manuel Rodríguez Becerra
| 4 de marzo 2014
Colombia se desplomó en el escalafón Yale-Columbia de Desempeño Ambiental (EPI, por su sigla en inglés), al pasar del puesto 9 al 85, entre 176 países, en el período 2008 -2014.
Y lo más preocupante es que a los líderes de la política, de la economía y del sector privado parece importarles un pito. ¿No habrían puesto el grito en el cielo si, por ejemplo, el país hubiera descendido 76 puestos en la lista global del PIB?
El EPI ha sido entregado, bienalmente, en la conferencia de Davos, desde el año 2000 y mide en qué grado los países están avanzando, o retrocediendo, en la protección del medioambiente. Y en el año 2014 la mayor parte de los países latinoamericanos descendieron en el EPI en relación con los años anteriores.
¿Por qué este descenso? La calidad y la comparabilidad de la información han mejorado sustantivamente en los últimos años, con lo cual unos países mejoraron y otros empeoraron en uno o más de los veinte indicadores que componen el EPI, los cuales se agregan en nueve categorías temáticas. Además, el EPI 2014 incluyó un cambio en la metodología para determinar los indicadores de clima y energía, y de cobertura forestal, e incorporó un nuevo indicador sobre agua, todo lo cual hizo que el de la casi totalidad de países de Latinoamérica y el Caribe descendiera, incluyendo el de Colombia.
Pero lo alarmante es que Colombia haya pasado del segundo al decimocuarto puesto en la región. Y que en cinco de las nueve categorías temáticas ocupe un puesto bajísimo entre los 29 países de Latinoamérica y el Caribe considerados: impactos del medioambiente para la salud, puesto 24; calidad del aire, 20; agua potable y saneamiento básico, 20; recursos hídricos, 20, y agricultura, 26.
En cuatro de las nueve categorías, Colombia lo hace un poco mejor en comparación con otros países latinoamericanos, pero su desempeño es, en general, mediocre: el puesto 8 en recursos pesqueros marinos, el 9 en bosques, el 11 en biodiversidad y hábitat y el 15 en clima y energía.
El fuerte descenso de Colombia en el concierto latinoamericano no se podría, entonces, explicar simplemente por la mejora de la calidad de la información y por la redefinición de algunos indicadores del EPI, puesto que son factores que han afectado a todos lo países.
Se explicaría, más bien, por el lamentable declive de la institucionalidad y de la política ambiental que Colombia ha experimentado desde hace doce años y que se asocia, por lo general, con el retroceso registrado por el Ministerio de Ambiente y las corporaciones autónomas regionales en comparación con lo que llegaron a ser en los años noventa. Y se explicaría, sobre todo, por unas políticas sectoriales (minera, agrícola, de infraestructura, urbana) que tienen muy poco miramiento por la protección de la gran riqueza en biodiversidad y agua con que aún cuenta Colombia.
Pero lo más curioso es que los defensores de las locomotoras del desarrollo estén afirmando que su marcha está siendo frenada por las exageraciones de los ambientalistas. Pareciera, más bien, que lo que están defendiendo es una prosperidad económica sin importar sus costos ambientales, como se está evidenciando, por ejemplo, en la acelerada e impune destrucción de las riquezas naturales de la Orinoquia y del Chocó biogeográfico.
Paradójicamente, en este año, al tiempo que se registra cuán mal lo está haciendo Colombia en materia de protección ambiental, se celebran el cuadragésimo aniversario de la expedición del Código de Recursos Naturales y del Medio Ambiente y el vigésimo de la creación del Ministerio de Ambiente y del Sistema Nacional Ambiental. Sería la ocasión para debatir a fondo la política ambiental de Colombia, puesto que lo único cierto es que algo va muy mal.