Manuel Rodriguez Becerra

Alerta Verde

Por: Somos Pacífico, Especial de la Revista Semana | Noviembre, 2011.

El Chocó Biogeográfico, como los científicos denominan la región que la mayoría conoce como el Pacífico, posee una de las mayores riquezas en biodiversidad del mundo. Sin embargo, se encuentra profundamente amenazado.

Se caracteriza como un territorio en donde una selva extremadamente húmeda está surcada por caudalosos ríos; en donde el agua abunda, quizá en demasía; en donde predomina una población afroamericana y habitan diversos pueblos indígenas, y una creciente población mestiza; en donde las comunidades indígenas y negras cuentan con un valioso patrimonio cultural imbricado en la compleja y rica biodiversidad que ancestralmente han protegido y utilizado con sabiduría; y en donde la pobreza es profunda, en contraste con esa inmensa riqueza de la selva -que parece evasiva- y con los millones de toneladas de oro aluvial que han sido extraídos desde la colonia.

¿Qué es el Chocó Biogeográfico?
Este territorio de Colombia, definido por sus características biofísicas producto de su historia geológica, se sitúa entre las fronteras con Panamá por el norte, y con el Ecuador por el sur, con una costa sobre el océano Pacífico que alcanza una longitud aproximada de 1.300 Km. Esta provincia biogeográfica se extiende hasta el mar Caribe, con una costa de 350 Km de longitud. Además, en virtud de las similitudes biofísicas con las cuencas de los ríos que drenan en el Pacífico, tanto la cuenca del Atrato, como las zonas del alto Sinú y del San Jorge- ríos estos que desembocan en el Caribe-, hacen parte del denominado Chocó Biogeográfico. Con un área aproximada de 113.000 km2, correspondientes al 10% del territorio nacional incluye el departamento del Chocó y los municipios occidentales de los Departamentos de Antioquia, Córdoba, Risaralda, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, abarcando unos 95 municipios, en forma total o parcial, que poseen características muy diversas.

Algunos datos sirven para corroborar las anteriores afirmaciones. La precipitación en la región oscila entre 3000 y 12000 mm3/año. Sus extensas selvas tropicales cubrían, en el 2007, el 72 por ciento de sus 8.000.000 de hectáreas, de las cuales el 50 por ciento presentan una baja intervención. Si bien predominan ecosistemas de selva húmeda, la región comprende también otros ecosistemas de gran valor, entre los cuales se mencionan los bosques riparios, las llanuras aluviales,los bosques enanos nublados, los bosques de pantano y las playas arenosas. Estos ecosistemas albergan una de las mayores riquezas de fauna y flora del mundo, contando con siete a ocho mil plantas de las 45 000 que existen en Colombia, y con uno de los más altos índices de endemismo continental de plantas y de aves. Así mismo, sus ríos cortos y caudalosos -Atrato, San Juan, Patía, Baudó, Mira, Anchicayá y el Guapí, entre otros-, cuentan también con una alta diversidad de fauna y flora.
Y las cuencas de estos ríos son el hábitat de diversas comunidades negras con sus similitudes y sus marcadas diferencias culturales producto de su historia y dinámica de poblamiento. Los pueblos indígenas Embera, Chamí, Katío, Wounaan, Eperara-Siapidara, A´wa, y Tule, y una población mestiza de serranos, paisas, chilapos, , etc., hacen, también, parte de la población de la región, la más diversa del país desde la perspectiva cultural y étnica, conjuntamente con la amazónica.

FUERA DEL COMERCIO


En 1991, las comunidades negras, lograron, que la nueva constitución reconociera la propiedad colectiva de las tierras que ancestralmente habían ocupado en la cuenca del Pacífico, a semejanza de lo que había ocurrido con los resguardos indígenas. Hoy, el 50 por ciento del territorio pertenece a las comunidades negras, el 15 por ciento a los pueblos indígenas y el 5 por ciento conforma el sistema de parques naturales nacionales ubicados en la región. Sumadas estas modalidades, su extensión representa aproximadamente el 70 por ciento del Pacífico Biogeográfico, lo que significa que estas tierras, con su inmensa riqueza en biodiversidad y agua -que incluye la riqueza costera y marina-, están por fuera del comercio. Se trata, sin duda, de uno de los proyectos más audaces del mundo para la protección de las culturas y de la naturaleza, pero infortunadamente no ha estado acompañado por una institucionalidad y unos programas gubernamentales con miras a consolidarlo, lo que determina que su integridad se encuentre hoy en peligro.

En efecto, la diversidad cultural y biológica de la región -tan admirada por científicos y observadores internacionales, tan poco apreciada y comprendida por los dirigentes y las tecnocracias nacionales (con inequívocos tintes de racismo), y tan ignorada o tan desconocida por la mayor parte de colombianos- se encuentra profunda y crecientemente amenazada.

Por años fue una región relativamente aislada. Pero, a lo largo de las últimas cinco décadas, fueron llegando allí empresas y empresarios de la madera, de la palma, de la pesca, del banano y del oro, que, venidos de otras regiones del país, han hecho pingues utilidades, pero que poco han contribuido para erradicar la pobreza de la región, y, sí, mucho al desplazamiento de las comunidades negras e indígenas, a la destrucción de ricos ecosistemas, y a la degradación cultural. Más recientemente cientos de mineros, legales e ilegales, han entrado a la región con la agresividad hija de los fantásticos precios del oro. Su desastroso balance social y ecológico no es distinto al del pasado.

LA MEGA AMENAZA


La obsesión desarrollista llevó, durante los ocho años del gobierno del Presidente Álvaro Uribe, a que se emprendieran y proyectaran mega-proyectos de infraestructura que los gobiernos anteriores se habían negado sistemáticamente a realizar por atentar contra la integridad de ricos ecosistemas. Las carreteras Pereira-Nuquí y Panamericana, la acuavía, y el puerto de Tribugá se perfilan como los detonantes de un gran ecocidio, como ya se manifiesta, por ejemplo, en el alarmante incremento de la deforestación que ascendió a cerca de 550.000 hectáreas en la última década.

Por años fue una región de paz. Pero la guerra y los narcotraficantes llegaron y, paulatinamente, el desplazamiento, la inseguridad y los homicidios se hicieron parte de la cotidianeidad en amplias zonas de la región. Así nos lo recuerdan indecibles tragedias como el genocidio de Bojayá o el despojo de tierras comunales en el bajo Atrato, para no mencionar la violencia del Urabá antioqueño. En ocasiones, grupos armados ilegales se han fundido con actividades empresariales como lo corroboran las empresas palmeras que despojaron a las comunidades negras de sus tierras comunales en el Curvaradó y Jiguamiandó, deforestándolas radicalmente, o los recientes desplazamientos de comunidades por la actividad minera.

Es un panorama patético que exige una decidida intervención estatal dirigida desterrar la enorme inequidad nacional con el Pacífico. Pero para ello se requiere renunciar a la arrogante visión, según la cual los modelos de desarrollo de Antioquia o de Cundinamarca pueden ser transferidos con éxito a una región cuya diversidad cultural y biológica, tan rica y tan frágil, debe constituir la base fundamental para construir su futuro.