Manuel Rodriguez Becerra

Manuel Rogriguez Becerra

A impedir el fracaso

Desde que se firmó la convención para combatir el cambio climático se registra un rotundo fracaso.

Por: Manuel Rodríguez Becerra

/ 05 de mayo 2019

Estamos fracasando en enfrentar los agudos problemas ambientales del planeta, como son el cambio climático, la pérdida de bosques y la desestabilización del ciclo del agua, aunque nunca se había contado con tantos acuerdos para hacerlo. A principios de este siglo se estimó que existían más de 1.000 instrumentos jurídicos ambientales internacionales diferentes (duros, con fuerza jurídica, y blandos, de cumplimiento voluntario), entre los cuales se distinguen 139 tratados mayores con alcance regional o global. Entre estos últimos, aproximadamente 24, originados en Naciones Unidas, tienen una jerarquía más alta, entre otros: la Convención de Cambio Climático –con sus dos protocolos y el Acuerdo de París–, la Convención de Biodiversidad –con sus tres protocolos–, los Objetivos del Desarrollo Sostenible y cuatro tratados sobre químicos.

No obstante estos acuerdos globales, la crisis ambiental se ha agudizado: avanzan el cambio climático y la destrucción y degradación de los bosques y los otros ecosistemas (humedales, páramos, etc.), se incrementa la degradación de los suelos y los océanos, la contaminación del aire y el agua empeora, la basura y los residuos aumentan, los ciclos del agua y el nitrógeno se continúan desestabilizando. Algunos arguyen que son muchos los logros. Cierto, e incluso existe un contundente éxito como es la lucha contra el adelgazamiento de la capa de ozono. Pero el balance general es negativo, y frente al problema más grave, el cambio climático, solo se puede decir que desde que se firmó la convención para combatirlo, hace 27 años, se registra un estruendoso fracaso.

Al reconocer un panorama tan gris, no pocos fincamos grandes esperanzas en el Acuerdo de París sobre cambio climático: no tenemos alternativa. Y para hacerlas realidad se deberá desplegar una robusta y excepcional acción política, como la que simboliza hoy Greta Thunberg, quien, con apenas 16 años, detonó una movilización global de niños y adolescentes que representan una nueva ética ambiental. Y es que esta joven sabe que la suma de los compromisos de los países para reducir los gases de efecto invernadero colocaría al planeta en una senda que lo conduciría a un aumento del calentamiento promedio de la superficie terrestre de 2,7 °C, en comparación con la era preindustrial. Y Greta Thunberg también sabe, quizás con horror, que 2,7 °C excede por mucho 1,5 °C, el límite máximo señalado, en 2018, por la entidad científica de la convención de cambio climático, la cual ha advertido que más allá de este aumento se producirán impactos catastróficos. Y a todo esto se suman las consecuencias del retiro de EE. UU. del Acuerdo de París ordenado por el presidente Donald Trump, augurándose su posible reelección como de lo peor que le podría ocurrir al acuerdo.

Pero el problema no es solamente Trump. Los países del trópico se comprometieron a disminuir sustancialmente la deforestación en sus territorios, la cual produce el 8 por ciento de la emisión mundial de gases de efecto invernadero. Y, de acuerdo con el reciente informe del World Resources Institute (WRI), estos países perdieron 12 millones de hectáreas de cobertura arbórea en 2018, la cuarta pérdida anual más alta desde que se inició su registro, en 2001, siendo Colombia uno de los cuatro países del mundo con más alta deforestación. Esta destrucción de los bosques no solo tiene devastadoras consecuencias para el cambio climático, sino también para la biodiversidad, los suelos y el ciclo del agua, demostrando una vez más la poca incidencia de los acuerdos globales y regionales para enfrentar los problemas ambientales.

En últimas, las Naciones Unidas y sus tratados son lo que los países quieren que sean, y los de medioambiente siguen siendo derrotados por intereses diferentes al cuidado de nuestra casa común y, sobre todo, por unos líderes políticos globales caracterizados por una profunda irresponsabilidad frente al destino de las futuras generaciones.